Noche
luminosa
El estruendo de la tormenta lo hizo despertar.
Sobresaltado, Juan se incorporó en su cama y contempló la tormenta a través de
la ventana. La lluvia golpeaba el cristal con furia y el viento provocaba unos
silbidos de lo más sobrecogedores. A Juan nunca le habían gustado las
tormentas. Una vez cuando era pequeño, volviendo de un día en el campo con sus
padres, una tormenta les sorprendió a mitad de camino. Los truenos y relámpagos
eran fortísimos y la lluvia azotaba su cara con tanta fuerza que hasta le
dolía. Aquel día tuvieron que refugiarse en un antiguo secadero de tabaco
abandonado que había cerca del lugar de acampada. Todavía recordaba el frio
tremendo y los tiritones que sufrió, mientras su madre intentaba consolarlo y
le secaba el agua de la cara con la manta en la que hacía poco rato habían
estado sentados. Pero lo que de verdad le aterró aquel día fueron las sombras.
Los relámpagos penetraban por los huecos del secadero y proyectaban sombras
inquietantes que Juan no sabía distinguir y que le provocaban escalofríos
convulsos y un llanto que hacía que le escocieran los ojos. Además, allí dentro
había algo vivo, algo que gruñía y se retorcía, incluso creyó ver un par de
ojos rojos que se clavaban en él desde el fondo del edificio semiderruido. Juan
no recordaba un momento peor en su vida que aquel. Cuando llegaron a casa,
estaba calado hasta los huesos, su madre le dio un baño caliente y lo metió en
la cama con el termómetro. Recordaba que no asistió al colegio durante 3 días a
causa del peor resfriado que había cogido en su vida. Desde aquel día, siempre
que había tormenta, comenzaba a temblar. Al principio sus padres se daban
cuenta y lo consolaban, pero con el tiempo aprendió a disimular su miedo en
presencia de sus padres y sobre todo en clase. En clase era dónde peor lo
pasaba, pues cuando había tormenta durante el horario escolar, pasaba un
autentico infierno. El terror hacía presa de él, pero haciendo acopio de
valentía conseguía que pasara desapercibido. Pero ninguna tormenta era como la
de aquel día y con el tiempo incluso llegó a dominar el miedo y convertirlo en
inquietud, pero aquella noche era diferente.
La ferocidad de la tormenta comenzó a poner a Juan
bastante nervioso. Ya tenía 12 años y era un chico mayor, no podía consentir
que aquello le asustara. Haciendo uso de todas sus fuerzas consiguió levantarse
y dirigirse a la cocina a beber un poco de agua. La casa estaba en penumbra,
pero los relámpagos la iluminaban por completo, proyectando sombras, sombras
que erizaban el vello de Juan. Al volver a la cama oyó un ruido extraño procedente
de su ventana. Aquello lo paralizó, durante lo que parecieron horas Juan no
supo qué hacer. Era un golpeteo constante, casi rítmico que no supo identificar.
Finalmente y en una muestra de valor incalculable, se acercó a la ventana y
contemplo el espectáculo. La lluvia caía a mares inundando las calles, que más
que calles parecían ríos y los relámpagos se imponían a las farolas con una
facilidad pasmosa, convirtiendo la calle durante segundos en vastos campos de
nieve. Aquello lo estremeció. El sonido que le hizo acercarse no era más que
una rama que golpeaba una farola cercana a su habitación. De pronto escuchó el
trueno más fuerte de la historia (o eso le pareció a él) que lo hizo caer de
espaldas en su cama. Tumbado boca arriba, respiraba con trabajosa dificultad
buscando el aire con grandes bocanadas mientras el ritmo cardíaco se le
desbocaba. Aquel trueno había sido lo más aterrador que había escuchado en su
vida y aquella tormenta era sin duda la madre de la tormenta que lo asustó
tanto de pequeño.
El miedo inundó su cuerpo y se le clavó como una astilla
que se infecta y es complicada de sacar. Ante aquella situación busco el
refugio de sus mantas. Se metió en la cama y se tapó hasta la cabeza para
intentar ahogar su miedo. Pero fue imposible. Los truenos continuaban sin
cesar, el rítmico ruido era cada vez más fuerte y los relámpagos parecían tener
la capacidad de iluminar incluso a través de las mantas. Tuvo que morderse el
labio para no gritar y despertar a sus padres. Entonces cayó, sus padres. Era
extraño que su madre no hubiese entrado en su habitación ante aquel terrorífico
espectáculo, pues siempre que se presentaba alguna tormenta en plena noche, su
madre acudía a su rescate para ver como se encontraba, hablaba con él unos
minutos para tranquilizarle y volvía a su cama, pero aquella noche no había
pasado. Y era extraño, porque aquella tormenta era la más fuerte de todas.
¿Sería posible que no se hubiese despertado? Era algo impensable, porque con
tormentas de nada su madre había acudido en su rescate y sin embargo con esta,
que era capaz de despertar hasta a los muertos, ni se había presentado. Aquello
alimentó su miedo, su duda y su inquietud, pero al mismo tiempo avivó
sentimientos de valentía que lo hicieron saltar de la cama y correr hasta el
dormitorio de sus padres.
La puerta estaba abierta (como siempre) y Juan se
encontraba en el umbral. En la habitación solo existía la oscuridad, dueña y
señora, hasta que un relámpago decidió tomar el mando e iluminó la estancia con
una luz tan blanca que incluso llegó a cegarlo. A pesar de todo consiguió ver
la estancia al completo y lo que vio no pudo ser más desalentador. La cama
estaba vacía. Cuando la oscuridad volvió a apoderarse de todo, Juan pulso el
interruptor y la bombilla estalló en una nube de cristales causándole arañazos
por doquier. Sintió unos pequeños hilillos corriendo por sus mejillas pero no
supo distinguir si era sangre o lágrimas, tal vez fuesen ambas cosas. Se abalanzó
sobre la cama buscando a tientas a sus padres, pero el único tacto que encontró
fue el de las sabanas. De pronto se dio cuenta de que tenía mucho frio. Giro su
cabeza en dirección a la ventana y descubrió el motivo, estaba abierta. Aquello
lo dejó desconcertado. Era febrero y durante la noche hacía frio y su madre
siempre le insistía en que cerrara su ventana para no resfriarse al igual que
hacían ellos. Antes de darse cuenta se encontraba avanzando hacia la ventana y
cuando estaba cerca los pies se le congelaron y humedecieron. La lluvia había
empapado el suelo. A medida que se acercaba, el viento y la lluvia le golpeaban
la cara como un animal hambriento se abalanza sobre su presa. Sintió frio,
sintió dolor, pero sobre todo sintió miedo. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Dónde
estaban sus padres? Antes de apartarse de la ventana un relámpago iluminó su
rostro lloroso. Se preguntó si alguien asomado a alguna ventana lo habría visto
y se dirigía allí para ver qué pasaba. Sintió impulsos de gritar a los cuatro
vientos, pero no lo hizo. Se limpió la cara con gesto rabioso con la manga de
su pijama y vio la manga manchada con la sangre que salía de los arañazos.
Avanzó con paso firme hacia el pasillo y pulso el interruptor de la luz. Lo que
pasó fue inaudito. Todas las bombillas de la casa estallaron a la vez
provocando un ruido ensordecedor que a Juan le dejó un pitido en sus oídos
durante unos segundos. Cuando recuperó el sentido del oído comenzó a avanzar
sin saber muy bien a dónde ir. Sintió como los cristales provocados por el
estallido de las bombillas se le clavaban en las plantas de los pies, giro la
cabeza y vio el rastro de sus pisadas, rojo intenso, los relámpagos parecían
haberse puesto de acuerdo para iluminar aquellas pisadas grotescas. Sin saber
cómo, continuó avanzando, las punzadas de los cristales le provocaban un
extraño dolor placentero. Entró en todas y cada una de las habitaciones de su
casa hasta que finalmente comprendió que estaba completamente solo ¿qué podía
hacer?
Se quedó inmóvil, pensando que hacer. No sabría decir
cuánto tiempo estuvo pensando, segundos, minutos u horas hasta que decidió que
hacer, largarse de allí. La casa de sus abuelos estaba cerca y era la opción
más sensata, aunque unos vecinos muy amables y que eran los padres de su amigo Juanjo
vivían aún más cerca. Decidió que lo primero era salir de allí y una vez fuera
ya decidiría. Sin pensar ni en la lluvia ni en el frio se dirigió hacia la
puerta descalzo y en pijama. Pero al llegar allí el pánico hizo presa de él. No
había cerradura ni pestillo. Juan agarró el pomo y tiró con todas sus fuerzas,
pero era inútil, la puerta parecía pesar toneladas y no se movía ni un
milímetro. Atrapado, solo e iluminado por los cada vez más consecutivos
relámpagos, Juan no entendía nada. Pensó que tal vez se tratara de una
pesadilla. La idea hizo que se relajara y empezó a frotarse los ojos y a
pellizcarse buscando despertar en su cama, pero no funcionaba. Decidió volver a
su habitación y acostarse en su cama, tal vez si se dormía dentro de su propia
pesadilla al despertar de nuevo ya todo habría pasado. Recorrió el siniestro
rastro de pisadas rojo sangre y volvió a dónde todo había comenzado. Se acostó
y cerró los ojos con tanta fuerza que se hizo daño, pero no sirvió de nada, el
sueño no llegaba.
Entonces un ruido lo hizo brincar sobre su cama. Su
ventana se había abierto súbitamente y sin motivo alguno. Pensó que había sido
el viento, pero era imposible, porque su ventana era corredereda. Pero si no
había sido el viento, ¿qué había abierto su ventana? De pronto recordó la
ventana de sus padres, igual que la suya y que estaba abierta, ¿es posible que
se hubiese abierto por el mismo motivo? No sabía las respuestas. Y entonces se
le erizó el vello de todo su cuerpo. El viento entró sin pedir permiso e hizo volar
las cortinas y las mantas de la cama de Juan por los aires. De haber sido en
otro lugar aquello habría fascinado a Juan, pero allí lo aterrorizó hasta
límites insospechados. Y allí se encontraba tiritando de frio, sentado sobre su
cama cuando vio la extraña sombra. La luz de los relámpagos lo iluminaba todo
excepto una zona de su ventana en dónde se proyectaba una sombra en forma de
semicírculo. Juan no sabía que era aquello, pero sin duda algo proyectaba
aquella sombra. Con cada relámpago la sombra se iba haciendo más y más grande. El objeto se acerca pensó. Y tanto se
acercó a su ventana que la sombra ya lo inundaba todo. Aquello despertó su
curiosidad y empezó a avanzar hacia la ventana, con el viento azotando su cara
sin parar. Y entonces lo vio. ¿Qué era
eso? Estaba claro que era circular y que flotaba en el aire, asomó un poco
más la cabeza para contemplarlo mejor pero no pudo. Un chorro de luz salió de
aquel objeto y lo envolvió. De pronto sintió que una extraña fuerza tiraba de
él en dirección a aquel objeto. Se resistió agarrándose del alfeizar, pero la
fuerza aumentó más. Las manos le dolían y tiraba con todas sus fuerzas.
Entonces sus manos dijeron basta y quedó a merced de aquella cosa. Sintió como
flotaba en dirección a aquel objeto y pudo ver como una puerta se abría para
tragárselo. No podía hacer nada, así que se dejo llevar hacía la puerta
pensando que sus padres tal vez estuvieran allí dentro también.
Al cruzar la puerta todo se volvió negro. La temperatura
era fría y el tacto del suelo parecía como metálico. Oyó unas pisadas que se
acercaban a él, pero no veía nada, solo oscuridad. Abrió los ojos tanto como
pudo, era inútil. La mano se posó sobre su hombro, tenía un tacto frio. Se giró
violentamente y entonces los vio. Aquellos mismos ojos rojos clavados en él que
había visto en aquel secadero de tabaco hacía tantos años, pero solo los vio
durante un instante, luego solo vio oscuridad, una enorme y ¿vacía? oscuridad.
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