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jueves, 9 de mayo de 2013

Noche Luminosa

Aquí os dejo un relato que escribí hace un tiempo y que me gustaría compartir con vosotros para que me digáis lo que os parece:





Noche luminosa

El estruendo de la tormenta lo hizo despertar. Sobresaltado, Juan se incorporó en su cama y contempló la tormenta a través de la ventana. La lluvia golpeaba el cristal con furia y el viento provocaba unos silbidos de lo más sobrecogedores. A Juan nunca le habían gustado las tormentas. Una vez cuando era pequeño, volviendo de un día en el campo con sus padres, una tormenta les sorprendió a mitad de camino. Los truenos y relámpagos eran fortísimos y la lluvia azotaba su cara con tanta fuerza que hasta le dolía. Aquel día tuvieron que refugiarse en un antiguo secadero de tabaco abandonado que había cerca del lugar de acampada. Todavía recordaba el frio tremendo y los tiritones que sufrió, mientras su madre intentaba consolarlo y le secaba el agua de la cara con la manta en la que hacía poco rato habían estado sentados. Pero lo que de verdad le aterró aquel día fueron las sombras. Los relámpagos penetraban por los huecos del secadero y proyectaban sombras inquietantes que Juan no sabía distinguir y que le provocaban escalofríos convulsos y un llanto que hacía que le escocieran los ojos. Además, allí dentro había algo vivo, algo que gruñía y se retorcía, incluso creyó ver un par de ojos rojos que se clavaban en él desde el fondo del edificio semiderruido. Juan no recordaba un momento peor en su vida que aquel. Cuando llegaron a casa, estaba calado hasta los huesos, su madre le dio un baño caliente y lo metió en la cama con el termómetro. Recordaba que no asistió al colegio durante 3 días a causa del peor resfriado que había cogido en su vida. Desde aquel día, siempre que había tormenta, comenzaba a temblar. Al principio sus padres se daban cuenta y lo consolaban, pero con el tiempo aprendió a disimular su miedo en presencia de sus padres y sobre todo en clase. En clase era dónde peor lo pasaba, pues cuando había tormenta durante el horario escolar, pasaba un autentico infierno. El terror hacía presa de él, pero haciendo acopio de valentía conseguía que pasara desapercibido. Pero ninguna tormenta era como la de aquel día y con el tiempo incluso llegó a dominar el miedo y convertirlo en inquietud, pero aquella noche era diferente.
La ferocidad de la tormenta comenzó a poner a Juan bastante nervioso. Ya tenía 12 años y era un chico mayor, no podía consentir que aquello le asustara. Haciendo uso de todas sus fuerzas consiguió levantarse y dirigirse a la cocina a beber un poco de agua. La casa estaba en penumbra, pero los relámpagos la iluminaban por completo, proyectando sombras, sombras que erizaban el vello de Juan. Al volver a la cama oyó un ruido extraño procedente de su ventana. Aquello lo paralizó, durante lo que parecieron horas Juan no supo qué hacer. Era un golpeteo constante, casi rítmico que no supo identificar. Finalmente y en una muestra de valor incalculable, se acercó a la ventana y contemplo el espectáculo. La lluvia caía a mares inundando las calles, que más que calles parecían ríos y los relámpagos se imponían a las farolas con una facilidad pasmosa, convirtiendo la calle durante segundos en vastos campos de nieve. Aquello lo estremeció. El sonido que le hizo acercarse no era más que una rama que golpeaba una farola cercana a su habitación. De pronto escuchó el trueno más fuerte de la historia (o eso le pareció a él) que lo hizo caer de espaldas en su cama. Tumbado boca arriba, respiraba con trabajosa dificultad buscando el aire con grandes bocanadas mientras el ritmo cardíaco se le desbocaba. Aquel trueno había sido lo más aterrador que había escuchado en su vida y aquella tormenta era sin duda la madre de la tormenta que lo asustó tanto de pequeño.
El miedo inundó su cuerpo y se le clavó como una astilla que se infecta y es complicada de sacar. Ante aquella situación busco el refugio de sus mantas. Se metió en la cama y se tapó hasta la cabeza para intentar ahogar su miedo. Pero fue imposible. Los truenos continuaban sin cesar, el rítmico ruido era cada vez más fuerte y los relámpagos parecían tener la capacidad de iluminar incluso a través de las mantas. Tuvo que morderse el labio para no gritar y despertar a sus padres. Entonces cayó, sus padres. Era extraño que su madre no hubiese entrado en su habitación ante aquel terrorífico espectáculo, pues siempre que se presentaba alguna tormenta en plena noche, su madre acudía a su rescate para ver como se encontraba, hablaba con él unos minutos para tranquilizarle y volvía a su cama, pero aquella noche no había pasado. Y era extraño, porque aquella tormenta era la más fuerte de todas. ¿Sería posible que no se hubiese despertado? Era algo impensable, porque con tormentas de nada su madre había acudido en su rescate y sin embargo con esta, que era capaz de despertar hasta a los muertos, ni se había presentado. Aquello alimentó su miedo, su duda y su inquietud, pero al mismo tiempo avivó sentimientos de valentía que lo hicieron saltar de la cama y correr hasta el dormitorio de sus padres.
La puerta estaba abierta (como siempre) y Juan se encontraba en el umbral. En la habitación solo existía la oscuridad, dueña y señora, hasta que un relámpago decidió tomar el mando e iluminó la estancia con una luz tan blanca que incluso llegó a cegarlo. A pesar de todo consiguió ver la estancia al completo y lo que vio no pudo ser más desalentador. La cama estaba vacía. Cuando la oscuridad volvió a apoderarse de todo, Juan pulso el interruptor y la bombilla estalló en una nube de cristales causándole arañazos por doquier. Sintió unos pequeños hilillos corriendo por sus mejillas pero no supo distinguir si era sangre o lágrimas, tal vez fuesen ambas cosas. Se abalanzó sobre la cama buscando a tientas a sus padres, pero el único tacto que encontró fue el de las sabanas. De pronto se dio cuenta de que tenía mucho frio. Giro su cabeza en dirección a la ventana y descubrió el motivo, estaba abierta. Aquello lo dejó desconcertado. Era febrero y durante la noche hacía frio y su madre siempre le insistía en que cerrara su ventana para no resfriarse al igual que hacían ellos. Antes de darse cuenta se encontraba avanzando hacia la ventana y cuando estaba cerca los pies se le congelaron y humedecieron. La lluvia había empapado el suelo. A medida que se acercaba, el viento y la lluvia le golpeaban la cara como un animal hambriento se abalanza sobre su presa. Sintió frio, sintió dolor, pero sobre todo sintió miedo. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Dónde estaban sus padres? Antes de apartarse de la ventana un relámpago iluminó su rostro lloroso. Se preguntó si alguien asomado a alguna ventana lo habría visto y se dirigía allí para ver qué pasaba. Sintió impulsos de gritar a los cuatro vientos, pero no lo hizo. Se limpió la cara con gesto rabioso con la manga de su pijama y vio la manga manchada con la sangre que salía de los arañazos. Avanzó con paso firme hacia el pasillo y pulso el interruptor de la luz. Lo que pasó fue inaudito. Todas las bombillas de la casa estallaron a la vez provocando un ruido ensordecedor que a Juan le dejó un pitido en sus oídos durante unos segundos. Cuando recuperó el sentido del oído comenzó a avanzar sin saber muy bien a dónde ir. Sintió como los cristales provocados por el estallido de las bombillas se le clavaban en las plantas de los pies, giro la cabeza y vio el rastro de sus pisadas, rojo intenso, los relámpagos parecían haberse puesto de acuerdo para iluminar aquellas pisadas grotescas. Sin saber cómo, continuó avanzando, las punzadas de los cristales le provocaban un extraño dolor placentero. Entró en todas y cada una de las habitaciones de su casa hasta que finalmente comprendió que estaba completamente solo ¿qué podía hacer?
Se quedó inmóvil, pensando que hacer. No sabría decir cuánto tiempo estuvo pensando, segundos, minutos u horas hasta que decidió que hacer, largarse de allí. La casa de sus abuelos estaba cerca y era la opción más sensata, aunque unos vecinos muy amables y que eran los padres de su amigo Juanjo vivían aún más cerca. Decidió que lo primero era salir de allí y una vez fuera ya decidiría. Sin pensar ni en la lluvia ni en el frio se dirigió hacia la puerta descalzo y en pijama. Pero al llegar allí el pánico hizo presa de él. No había cerradura ni pestillo. Juan agarró el pomo y tiró con todas sus fuerzas, pero era inútil, la puerta parecía pesar toneladas y no se movía ni un milímetro. Atrapado, solo e iluminado por los cada vez más consecutivos relámpagos, Juan no entendía nada. Pensó que tal vez se tratara de una pesadilla. La idea hizo que se relajara y empezó a frotarse los ojos y a pellizcarse buscando despertar en su cama, pero no funcionaba. Decidió volver a su habitación y acostarse en su cama, tal vez si se dormía dentro de su propia pesadilla al despertar de nuevo ya todo habría pasado. Recorrió el siniestro rastro de pisadas rojo sangre y volvió a dónde todo había comenzado. Se acostó y cerró los ojos con tanta fuerza que se hizo daño, pero no sirvió de nada, el sueño no llegaba.
Entonces un ruido lo hizo brincar sobre su cama. Su ventana se había abierto súbitamente y sin motivo alguno. Pensó que había sido el viento, pero era imposible, porque su ventana era corredereda. Pero si no había sido el viento, ¿qué había abierto su ventana? De pronto recordó la ventana de sus padres, igual que la suya y que estaba abierta, ¿es posible que se hubiese abierto por el mismo motivo? No sabía las respuestas. Y entonces se le erizó el vello de todo su cuerpo. El viento entró sin pedir permiso e hizo volar las cortinas y las mantas de la cama de Juan por los aires. De haber sido en otro lugar aquello habría fascinado a Juan, pero allí lo aterrorizó hasta límites insospechados. Y allí se encontraba tiritando de frio, sentado sobre su cama cuando vio la extraña sombra. La luz de los relámpagos lo iluminaba todo excepto una zona de su ventana en dónde se proyectaba una sombra en forma de semicírculo. Juan no sabía que era aquello, pero sin duda algo proyectaba aquella sombra. Con cada relámpago la sombra se iba haciendo más y más grande. El objeto se acerca pensó. Y tanto se acercó a su ventana que la sombra ya lo inundaba todo. Aquello despertó su curiosidad y empezó a avanzar hacia la ventana, con el viento azotando su cara sin parar. Y entonces lo vio. ¿Qué era eso? Estaba claro que era circular y que flotaba en el aire, asomó un poco más la cabeza para contemplarlo mejor pero no pudo. Un chorro de luz salió de aquel objeto y lo envolvió. De pronto sintió que una extraña fuerza tiraba de él en dirección a aquel objeto. Se resistió agarrándose del alfeizar, pero la fuerza aumentó más. Las manos le dolían y tiraba con todas sus fuerzas. Entonces sus manos dijeron basta y quedó a merced de aquella cosa. Sintió como flotaba en dirección a aquel objeto y pudo ver como una puerta se abría para tragárselo. No podía hacer nada, así que se dejo llevar hacía la puerta pensando que sus padres tal vez estuvieran allí dentro también.
Al cruzar la puerta todo se volvió negro. La temperatura era fría y el tacto del suelo parecía como metálico. Oyó unas pisadas que se acercaban a él, pero no veía nada, solo oscuridad. Abrió los ojos tanto como pudo, era inútil. La mano se posó sobre su hombro, tenía un tacto frio. Se giró violentamente y entonces los vio. Aquellos mismos ojos rojos clavados en él que había visto en aquel secadero de tabaco hacía tantos años, pero solo los vio durante un instante, luego solo vio oscuridad, una enorme y ¿vacía? oscuridad.

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