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jueves, 16 de mayo de 2013

La mina

Os dejo por aquí un relato que he rescatado de mi maltrecho disco duro externo. No recordaba que lo había escrito y me he llevado una grata sorpresa cuando lo he descubierto escondido en una carpeta perdida. Espero que os guste.



 LA MINA


-          ¿Estas despierto?

Las palabras de su mujer retumbaron en sus oídos produciéndole una extraña sensación de dolor y un ligero zumbido que empezaba a molestarle.
-          ¿Juan? ¿Me oyes?

Juan no solamente estaba despierto, no solamente la oía, simplemente no había pegado ojo en toda la noche. Cada vez que cerraba los ojos veía el rostro de su padre contemplándole con un gesto de orgullo que hacía que se le llenaran las cuencas de los ojos de lágrimas. Sollozó con fuerza, tanto que Belén – su esposa- lo escucho.
-          ¿Estas llorando?
-          Si… – logró contestar con un hilo de voz casi inaudible
-          Voy a llamar a Mario y decirle que no estás en condiciones de…
-          ¡No! – ordenó- Tarde o temprano tendré que enfrentarme a ese lugar…

Dicho lugar era la mina de carbón del pueblo. Hacía 1 semana que Juan había perdido a su padre en ese horrible lugar. Durante 5 noches, solo tuvo pesadillas sobre el desprendimiento de la galería C y de cómo su padre quedó sepultado bajo las rocas.
Fueron más de 3 horas de un sufrimiento indecible lo que tardaron en desenterrar el cadáver de su padre, totalmente aplastado, inmóvil y empapado en sangre. Aquella imagen se repetía en la cabeza de Juan una y otra y otra vez.
-          Pero no estas bien, no entiendo por que quieres seguir trabajando allí – dijo Belén con tono preocupado
-          Por que si no lo hago, no podré vivir nunca más, me sentiré culpable toda mi vida.
-          ¡Por Dios bendito, Juan! ¡Tú no podías hacer nada!
-          ¡Cállate! –gritó con tono brusco- ¿Dónde está el mono? – preguntó mucho más pausado.
-          Pero, Juan…
-          Por favor, no hagas esto más difícil, Belén. Tengo que hacerlo.

Belén abrió la boca para replicar de nuevo, pero Juan salió apresuradamente de la habitación a buscar su mono de trabajo. Lo encontró en la cesta de la ropa sucia, Belén ni se había molestado en lavarlo – ella pensaba que nunca más lo volvería a usar- y se lo puso sobre la piel. La tela se adhirió al cuerpo a la perfección y el olor a humedad de la mina inundo toda la estancia. Juan sufrió un tremendo escalofrío de repente y nuevamente una lágrima se derramó por su mejilla. Finalmente recogió su casco y abandonó la casa sin ni siquiera despedirse.
Al contrario que el resto de las veces que iba a trabajar, en esta ocasión no se dirigió al bar “pico y pala” donde se reunían un buen numero de mineros antes de empezar su jornada de trabajo. Fue directamente a la mina con paso rápido, casi corriendo. El frío matinal le corto los labios y le entumeció las orejas y nariz como si se trataran de dos cubitos de hielo. Cuando llegó a la entrada de la mina, se sentó en una roca cercana a esperar a sus compañeros. Fueron unos 30 minutos bastante largos para Juan, 30 minutos en los que, una vez más, las lágrimas brotaron de sus ojos sin que Juan pudiese hacer nada por impedirlo. Se sentía impotente ante aquella situación.
Mario llegó a la mina 30 minutos después que Juan, y se sorprendió gratamente de verlo allí – y también sintió algo de pena-. Juan, absorto en sus pensamientos, ni se percató de la presencia de Mario hasta que este se dirigió a el.
-          ¿Estás llorando?

Ya era la segunda vez que le preguntaban lo mismo en menos de 1 hora y esta vez, respondió con una mentira.

-          No, es por el frío. Las lágrimas me salen solas.
-          ¿Cómo te encuentras?
-          He tenido días mejores, pero estoy bien.
-          Oye, si quieres tomarte otra semana…
-          No, gracias – contestó tajantemente- Es mejor empezar ya, cuanto más retraso mi regreso, más sufro yo y mi familia.

La última afirmación dejó a Mario sin palabras y mirando a su amigo con perplejidad, tanta que ni se dio cuenta de que el resto de mineros estaban llegando a su lugar de trabajo. La gran mayoría de los mineros le lanzaban miradas furtivas a Juan, y algunos le saludaron con simples “buenos días”, a los que Juan respondía con ligeros movimientos de cabeza. Rápidamente el murmullo se apoderó del lugar.

-          ¡Atentos! – gritó Mario para hacerse oír por encima de los murmullos- Aquí tenéis los turnos de hoy, que todo el mundo compruebe su turno y empecemos ya de una vez, vamos retrasados.

Los mineros formaron una pelotera frente a la pizarra con los turnos del día, apenas 2 minutos después la entrada volvía estar desierta, a excepción de Juan y Mario que seguían allí. A Juan le costo levantarse de la roca, pero finalmente reaccionó a un “vamos” de Mario. Se acerco a la pizarra y cuando por fin divisó su nombre, su semblante cambio del abatimiento anterior a la furia.

-          ¡¿Qué coño es esto, Mario?!
-          ¿Per… Perdón? – preguntó Mario con cierto miedo.
-          ¡Ni perdón ni hostias! ¡Cámbiame el turno pero ya!
-          Pensé que no querrías volver a la galería C…
-          ¡Mal pensado! – le cortó Juan - ¡Llevo tres malditos años en ese lugar, y allí seguiré!

Vacilante, Mario se acerco a la pizarra con los turnos y cambió el de Juan. Mario lo miró y vio que sonreía complacido. Sin mediar palabra, Juan entro en la mina y se dejó envolver por la oscuridad del lugar. Caminó sin encender la luz de su casco, pues se conocía de memoria aquella gruta. Finalmente divisó la pequeña luz que desprendía el foco del ascensor y se precipitó hacia ella. Al llegar frente al aparato, esperó unos instantes, pues se escuchaban los pasos de Mario bastante cercanos.

-          Joder macho, yo no se como puedes andar tan rápido sin luces
-          Es la costumbre

Los dos amigos entraron en el ascensor y tras unos segundos de vacilación, Juan apretó el botón que rezaba “galería C”. Se produjo un silencio incomodo, de poco más de 30 segundos que se hicieron interminables. Cuando finalmente se detuvieron, Juan sintió un gran alivio por librarse de ese silencio, pero apenas unos segundos después su cuerpo se empapó de un sudor frío como la nieve, estaba en la galería C.
Contemplar aquel lugar le hizo recordar de golpe todas las pesadillas que había sufrido la semana pasada, con su padre convertido en una masa sanguinolenta como tema principal de aquellos sueños. Ya se habían retirado las rocas que se desprendieron y causaron la muerte de su padre y por tanto, la galería C mostraba el aspecto lúgubre de los últimos años. Le costó mucho más de lo que pensaba dar el primer paso y entrar allí, pero finalmente se atrevió y pisó el rocoso y resbaladizo suelo.
La galería C estaba poco iluminada, los faroles se encontraban a distancias grandes entre sí y algunos de ellos parpadeaban, a consecuencia de las múltiples goteras que había por todo el lugar. Juan caminó sin mirar a sus compañeros que se encontraban trabajando en la galería y que giraban la cabeza cuando pasaba junto a ellos. Oyó los murmullos a sus espaldas y pensó que estarían diciendo sobre él, pero eso no le hizo detenerse y siguió avanzando con paso firme. Por fin, tras unos minutos que se le hicieron eternos, llegó a su lugar de trabajo, pero como él esperaba, su padre no estaba allí. A lo largo de la pasada semana, Juan había llegado a pensar que todo era una pesadilla, un mal sueño, y que todos los fatídicos acontecimientos ocurridos solo habían sido producto de su imaginación y que al llegar a la mina, su padre le estaría esperando y lo saludaría como siempre “Juanito, ¿otra vez tarde?”.
Aquellas palabras le resonaron en su cabeza con tanta fuerza, que Juan se tuvo que apoyar contra la pared para no caerse al suelo. Entonces se percató de la presencia de Paco. Paco era el canario que acompañaba a Juan y a su padre por las distintas galerías de la mina y debía su nombre al propio Juan, que ante la insistencia de su padre, decidió ponerle un nombre sin calentarse mucho la cabeza.

-          Hombre Paco, veo que tienes más vidas que un gato.

Su propio comentario le hizo sonreír. Se inclinó para recoger sus herramientas de trabajo del suelo para empezar con su tarea…

-          ¿Ya empiezas?

Juan se había olvidado por completo de Mario. Su amigo le había seguido hasta allí y se encontraba de pie junto a la jaula de Paco.

-          Claro, ¿quieres algo?
-          Si. Decirte que hoy trabajaré contigo.
-          ¿Y eso porque?
-          Pensé que…
-          Una vez más vuelves a pensar y una vez más vuelves a fallar.

La verdad es que Juan quería trabajar solo. Quería inundarse en su soledad, la soledad que sentía en su corazón, un vacio tan grande que nada podía llenar, o al menos, eso pensaba.
Finalmente decidió no entrar en más polémicas y dejó que Mario le acompañara. Cuando cogió el pico, comenzó a trabajar con furia, pagando toda su frustración con la dura e insensible roca. Pronto se encontraba empapado en sudor y eso le hizo sentirse mejor. Recordaba perfectamente la primera vez que trabajó en una mina. Su padre le había conseguido el trabajo y Juan que por aquel entonces tenía 17 años comenzó a trabajar con muchas ganas y pronto se encontró reventado e incapaz de levantar el pico por encima de su hombro.

-          Como se nota que no has trabajado nunca, Juanito – le había dicho su padre aquel día- ¿Ya estás reventado? Normal.
-          ¿Y que querías que hiciera?
-          Mira Juanito, te voy a decir algo que nunca olvidarás. Aquí hay que trabajar con la fuerza, pero también con la cabeza. Si empiezas como un toro y no aflojas la marcha en cuanto lleves 1 hora picando ya no vas a poder picar más en todo el día. Lo que tienes que hacer es dosificar tus fuerzas para cumplir tu jornada, ¿o es que quieres que te despidan?
Era cierto que Juan nunca había olvidado aquello, nunca lo olvidaría. Al cabo de una hora ya estaba reventado, pero la furia le daba fuerzas de la nada para seguir picando. A su espalda escuchaba el ritmo de Mario, mucho más tranquilo, más pausado, como en realidad hay que trabajar allí abajo. Pero a él le daba igual.
Al poco tiempo sintió la mano de Mario sobre su hombro con fuerza.
-          Afloja un poco – le dijo con tono condescendiente.
-          Déjame – le espetó sacudiéndose la mano- yo sé como tengo que trabajar.
-          Se que estás enfadado, pero tienes que…
De pronto todo empezó a moverse. La sacudida fue tremenda, súbita, nadie la esperaba. Tardó unos segundos en procesar lo que estaba pasando. El terremoto había sido fuerte pero muy corto.
-          Tenemos que salir de aquí antes de que se reproduzca.
-          Yo no me muevo de aquí- la expresión de Juan era decidida.
-          ¿Estás loco? ¿Es que quieres acabar como tu padre?
La rabia inundó la mente de Juan y guió su puño directamente a la cara de Mario que cayó con tanta violencia que se golpeó la cabeza contra la pared y quedó inmóvil en el suelo. Se quedó allí contemplando el cuerpo de su amigo sumido en un mar de dudas. Escuchó ruidos que venían de la parte superior de la galería, sin duda los muchachos estaban nerviosos por el temblor. ¿Pero que coño he hecho?¿Porque le he pegado a Mario?
De pronto se vio tendido en el suelo, llorando sobre la espalda de su amigo. Comenzó a sacudirlo con una fuerza exagerada. Pero no despertaba. Lo que si despertó fue de nuevo la madre tierra. El segundo terremoto fue brutal. Juan comenzó a tambalearse de una lado a otro y antes de darse cuenta vio como la roca del techo se desprendía y le destrozaba la pierna a Mario. El dolor hizo despertar a su amigo que lanzó un grito aterrador durante 5 segundos antes de volver a desmayarse. El ruido de arriba ya se había convertido en estruendo. Se escuchaban gritos de angustia, alguien estaba diciendo que salieran de allí, pero cada vez se escuchaba más lejos.
Así que allí estaba Juan, solo, con su amigo tirado en el suelo con la pierna destrozada y manchada de sangre. El golpe le había rasgado el mono y el hueso roto sobresalía por encima en una imagen grotesca. Se dio cuenta de que estaba llorando, temblando. Se dejó caer de rodillas y empezó a sollozar con mucha fuerza. Pensó que había llegado el fin, en que la hora de reunirse con su padre había llegado, pero entonces ocurrió algo extrañísimo.
Del fondo de la gruta, normalmente oscura, brotaba una tenue luz. Conforme se acercaba iba tomando forma hasta que estuvo lo suficientemente cerca para distinguirla.
-          No puede ser
Allí estaba su padre, había dejado de ser el cuerpo destrozado y sangriento que recordaba. Estaba como siempre, con su mono de trabajo, su pelo alborotado y su bigote canoso.
-          ¿Papá? No puede ser…
-          Tienes razón, no puede ser-le dijo su padre- ¿se puede saber que estás haciendo, Juanito?
-          ¿Qu-qué? – tartamudeó.
-          Coge a Mario y sal de aquí. Tu mujer y tu niño te esperan.
-          No puedo – le dijo llorando- No puedo moverme.
-          ¿Me estás diciendo que crié a un cobarde?
Aquella pregunta le dejó desconcertado. Juan no se consideraba un cobarde, pero también era cierto que nunca se había visto envuelto en una situación así. Aún así saco fuerzas de dónde no las tenía y se levantó. Se echó a Mario sobre un hombro y antes de empezar a andar se dio la vuelta.
-          Gracias papá, ¿cómo es?
-          ¿Cómo es que?
-          La muerte, ¿cómo es?
-          Ya lo sabrás, te espero dentro de muchos años.
Y entonces comenzó a andar si volver la vista atrás. Los focos estaban fundidos y la oscuridad inundaba la mina. Juan avanzó a ciegas confiando en su instinto. Poco a poco avanzaba hasta que se dio de bruces con una barandilla. Apartó la barandilla y entro en el ascensor. Apretó el botón y comenzó a ascender. El ascenso se le hizo interminable, pero al alzar la vista pudo divisar como la luz iba creciendo con cada metro que ascendía.
Cuando llegó arriba vio a sus compañeros todos reunidos, unos hablaban con otros, otros tenían sus móviles pegados a las orejas, otros se paseaban intranquilos de un lado a otro. Cuando vieron aparecer a Juan se hizo el silencio.
-          Ayudadme – consiguió decir Juan con un hilo de voz.
Se abalanzaron sobre él y le quitaron el peso de Mario y lo tendieron en suelo. A Juan le empezaron a llover felicitaciones y palmadas en la espalda. Alguien dijo que la ambulancia estaba de camino.
Entonces el murmullo aumento en torno a dónde se encontraba Mario. Juan se acercó y vio que estaba despierto y respiraba con trabajosamente. Su mirada se cruzó con la de Juan.
-          Gracias por salvarme – le dijo- te debo la vida.
-          No me debes nada, se lo debes a mi padre.

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