Vistas de página en total

4,028

viernes, 30 de agosto de 2013

Capítulo 12

Visitar hospitales no era precisamente una de las actividades favoritas del inspector Sánchez, pero no le quedaba más remedio si quería obtener algo de información que arrojara un poco de luz al caso.

Ángel Sánchez creía poder ver los gérmenes de otras personas flotando en el aire cuando entraba en un hospital. Esto no era nuevo y venía de lejos. Cuando nació su hija lo pasó él casi tan mal como su mujer. Durante el tiempo que duró el parto se encontró mareado y con nauseas la mayor parte del tiempo y por supuesto no pudo entrar al paritorio. Los médicos le dijeron que había sido por los nervios del momento, pero posteriormente le volvió a pasar en otras ocasiones.
Nada más cruzar la puerta del hospital ya empezó a sentirse aturdido. Martín, que conocía su problema, le echó la mano por el hombro en señal de apoyo.
-          Tranquilo jefe – le dijo - no te me vayas a desmayar aquí, que pesas un quintal y cualquiera es el guapo que carga contigo.
-          Tranquilo. ¿A qué piso vamos? – preguntó el inspector.
-          A ninguno. El tipo está en observación. Es por aquella puerta – dijo señalando con el dedo.
Se acercaron hasta la puerta que había señalado Martín. Allí había una enfermera tras un mostrador que se quedó mirándolos con curiosidad. Era una chica joven bastante mona. Llevaba el pelo recogido con una cola y se veía que estaba un poco flaca. Martín se adelantó hasta el mostrador.
-          Buenos días preciosa – empezó a decir con su tono de Casanova del que tanto alardeaba, a la vez que enseñaba la placa – Soy el sub-inspector Martín, de la policía. Queremos hacerle unas preguntillas a un paciente que tenéis ahí.
La joven enfermera echó un vistazo a la placa, luego miró a Martín, volvió a mirar la placa y miró al inspector Sánchez con curiosidad.
-          ¿Y quién es él? – preguntó la enfermera a Martín.
-          Es mi jefe, el inspector Sánchez. Pero no te preocupes por. ¿Y bien, que pasa con ese paciente, guapa?
-          Oh, sí – se ruborizó la joven - ¿Cómo se llama?
-          Pues… - Martín echó un vistazo a el informe que llevaba enrollado en su mano – Ricardo Reyes.
-          Un momento.
La enfermera empezó a teclear en su ordenador. Martín giró su cabeza para mirar al inspector y le hizo un gesto aprobativo con el pulgar. Era lo que normalmente solía hacer siempre que se ligaba a una chica.
-          Está en la cuarta cama de la fila derecha.
-          Muchas gracias, encanto. Nos vemos al salir – le dijo Martín con la mejor de sus sonrisas.
La muchacha le respondió con otra sonrisa y apartando tímidamente la mirada. La situación sacó una sonrisa al inspector.
Al entrar allí la cosa no mejoró para Ángel Sánchez. Había camas a un lado y a otro con enfermos. Las camas estaban separadas entre sí por cortinas. Aquello no era precisamente la mejor imagen del mundo y menos para el inspector. La sensación de mareo fue en aumento, pero haciendo acopio de todas sus fuerzas consiguió continuar caminando tras los pasos de Martín.
Vio que el sub-inspector se había detenido junto a una cama. Cuando llegó a su altura echó un vistazo para ver al paciente. Estaba tumbado boca arriba, con una de esas ridículas batas como único atuendo. Tenía un collarín en el cuello y tenía la boca hinchada y con algunas grietas. La aplicación de lo que parecía yodo le dejaba un color amarillento bastante fuerte alrededor de toda la boca. El joven se percató de la presencia de los policías y se quedó mirándolos de forma lastimera, una mirada que denotaba dolor. Sánchez intentó acercarse hasta el muchacho, pero el mareo iba en aumento y tuvo que agarrarse a los pies de la cama para evitar la caída. Martín se dio cuenta y tomo la iniciativa.
-          Tranquilo jefe – dijo – yo me encargo.
El inspector asintió con un leve gesto de cabeza y se sentó en un silla que había en el lado derecho de la cama.
-          Soy el sub-inspector Martín y este es el inspector Sánchez, venimos a hacerte unas preguntas de lo que paso anoche.
El chico no respondió y se limitó a mirarlos a los dos de manera nerviosa. Al final volvió a mirar a Martín.
-          ¿Qué te ha pasado en la boca, chico? – preguntó Martín.
-          Me… me di contra el suelo al caer – respondió con un tono de voz que costaba entender, sin duda a causa del dolor.
-          ¿Quiénes son ustedes? – preguntó una enfermera de mediana edad que se había acercado.
-          Disculpe señora, somos policías – dijo Martín mientras enseñaba la placa.
La enfermera miró la placa y se quedó un poco dubitativa. El inspector sacó entonces la suya del bolsillo interior de la chaqueta y se la mostró a la mujer.
-          Soy el inspector Sánchez. ¿Qué lesiones ha sufrido el paciente?
-          Ha sufrido una pequeña lesión cervical – comenzó a explicar la enfermera – que creemos carece de mucha importancia. Pero lo mantenemos aquí porque cuando se despertó sufrió algunos vómitos y estamos a la espera por si se repiten. Si es así, puede que tenga alguna lesión más grave.
-          ¿Y lo de la boca?
-          Se golpeó al caer contra la acera y como consecuencia del golpe ha sufrido algunas heridas superficiales en la cara y ha perdido un incisivo central. Le hemos administrado un calmante, es posible que le cueste hablar.
-          Ya nos hemos dado cuenta – intervino Martín – de todas formas lo intentaremos. Gracias.
La enfermera echó un último vistazo a los policías antes de marcharse. La conversación con la enfermera había reanimado un poco al inspector, pero dejó que Martín siguiera con las preguntas.
-          Bueno, Ricardo. Tú tranquilo y no te pongas nervioso. ¿De qué conocías a Elena?
-          De nada. La conocí anoche en el pub. ¿Cómo está?
El chico no sabía nada de lo que había pasado como era lógico. Después de la agresión se desmayó y cuando despertó ya estaba en el hospital. El inspector Sánchez decidió intervenir, porque Martín era muy directo y era capaz de decirle que la chica estaba muerta, lo que pondría al chaval más nervioso.
-          Está bien – dijo el inspector – no te preocupes. ¿No la conocías?
-          No – volvió a decir el chico – anoche la vi por primera vez.
-          ¿Y porque ibas con ella si no la conocías?
-          Bueno… la conocí en el pub, estuvimos charlando, nos dimos algunos besos y cuando se marchaba me ofrecí a acompañarla a casa y ella aceptó.
-          Vamos, que esperabas pasar un buen rato con ella, ¿no? – interrumpió Martín.
Las palabras desconcertaron al chico que no pudo responder y lo único que hizo fue asentir con la cabeza.
-          No te preocupes chaval – volvió a decir Martín – si eso es lo que buscamos todos. Lo importante es lo que viste.
-          ¿Lo que vi?
Aquello dejo visiblemente desconcertado al muchacho que no sabía muy bien lo que le estaba diciendo Martín.
-          ¿Pudiste ver al agresor, hijo? – el inspector pensó que usando un tono algo paternal el chico se sentiría mejor.
-          No – respondió de manera instantánea – lo último que vi fue la cara de la chica y luego ya me encontraba en el hospital.
-          ¿No viste nada? – pregunto Martín – venga ya tío, algo tuviste que ver.
-          No vi nada, lo juro. Pero… - el muchacho se quedó un momento pensando – si que oí algo.
-          ¿Qué oíste, hijo? – el inspector sentía curiosidad.
-          Como pisadas, pero muy raras.
-          ¿Raras? – Martín tenía el ceño fruncido - ¿Cómo raras?
-          Si, como de plástico.
La palabra plástico hizo que la bombilla en la mente del inspector se encendiera.
-          Ya te entiendo – dijo el inspector – Nos estás diciendo que el que te agredió hacía un ruido como plástico al andar. Como si llevara un calzado de plástico que hace ruido al caminar, ¿no?
-          Sí, eso es – el chico parecía ya más tranquilo.
-          Muy bien. Eso es todo Ricardo – dijo el inspector – gracias por tu ayuda. Seguramente tengamos que volver a hablar contigo, ya nos pondremos en contacto contigo.
-          Que te mejores chaval – le dijo Martín mientras se despedía con la mano.
El inspector estaba empezando a dar forma a su idea cuando abandonaron la sala de observación. Martín le dijo que esperara un momento mientras flirteaba con la enfermera joven del mostrador. Mientras esperaba decidió ir a tomarse un café de las maquinas expendedoras de los hospitales y al levantar el vaso humeante vio a la gente que esperaba ser atendida en urgencias. Y allí estaba su yerno, Juanjo. Se preguntó porque estaba allí, si le habría pasado algo a Ainhoa. Solo había una forma de averiguarlo, así que dirigió sus pasos hacía la sala de urgencias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario