Lo que al principio parecía ser una discusión entre
indigentes que acabó mal, se había convertido en un caso de asesinato y que por
el momento tenía toda la pinta de que no iba a ser nada fácil de resolver.
Las plegarias del inspector Sánchez no parecían
haber sido escuchadas. El nuevo Ángel Sánchez no era precisamente el tipo de
policía al que le gustara implicarse mucho en sus casos, esas cosas eran las
típicas del viejo inspector. El actual había desarrollado una afición por el
whiskey, por trasnochar y por no tomarse muy enserio su trabajo, pero aquel
caso tenía algo que lo inquietaba. Además estaba Martín, animándolo
continuamente a seguir adelante, le decía cosas como que esta era la
oportunidad de revivir aquel espíritu de policía de película. Pero la verdad es
que los hechos del caso no ayudaban mucho.
A la ya inexistente falta de pruebas iniciales en la
escena del crimen, así como en el cuerpo de la víctima y el arma homicida, se
unía ahora el informe sobre el video del banco. El laboratorio de imagen había
hecho un estudio completo de la cinta, pero sus conclusiones no eran
precisamente buenas. Cuando el inspector Sánchez leyó el informe final sobre el
video lo único que hizo fue resoplar. Las conclusiones del informe decían lo
siguiente: “Así pues y teniendo en cuenta
todas las imágenes analizadas, los datos de relevancia para el caso son los
siguientes: El sospechoso es un hombre, con una edad de entre 20-40 años. Su
estatura es de 1.83 metros…” Las conclusiones seguían, pero lo demás
carecía de importancia. Tras leer aquello, el mismo hizo una reflexión Vaya, estamos buscando a un hombre joven de
1.83 metros, esto reduce los sospechosos a solo un par de millones. Aunque
bien visto el tema de la altura podía ser útil. Fer le había dicho que en ese
dato no había duda y que el asesino medía exactamente 1.83 metros, algo era
algo.
A Martín todo aquello le hacía mucha gracia y no
tardó mucho en hacer su típico comentario chistoso.
-
Bueno jefe – dijo con una sonrisa en los
labios- solo es cuestión de salir a la calle con un metro e ir midiendo a todos
los pavos que nos encontremos y los que midan 1.83 los trincamos, los metemos
en las celdas y digo yo que en 3 días alguno cantará.
Martín lo había dicho en broma, pero para Ángel
Sánchez era tal vez la única opción, aunque estaba claro que no podían hacer
aquello, iba contra la ley. Pero era lo único que tenían, una altura y un
espectro de edad bastante grande.
Ante la falta de avances en la investigación (los
interrogatorios a los vagabundos de la zonas cercanas al lugar del crimen, así
como a los vecinos no habían servido de nada) la prensa empezó a tomarse el
caso más enserio. En todos los noticiarios hablaban de ello, los titulares
molestaban al inspector, cosas como sin
pistas del asesino o la policía
desconcertada eran hirientes. El mismísimo comisario jefe se interesó por
el caso y lo llamó a su despacho para traspasarle sus inquietudes, era lo único
que le faltaba, más presión. ¿Pero qué podía hacer? No contaba con nada que lo
llevara al asesino.
Y todo aquello le seguía pareciendo muy raro. Estaba
convencido de que el asesinato había sido un impulso de una persona normal y
por eso le extrañaba tanto que no hubiese ni una sola prueba. Incluso en los
crímenes más premeditados se suelen dejar un cabo suelto, algo que acaba por
llevar a los buenos a detener a los malos, pero en aquella ocasión no lo había.
Tenían el arma homicida, pero ni una sola huella. Recordó el video del banco y
como el sospechoso caminaba, metido en aquel impermeable que le ocultaba el
rostro y también los guantes que llevaba, que fueron los que impidieron que en
estos momentos aquel tipo no estuviera en la cárcel.
Los días fueron pasando uno tras otros y cada cual
era peor que el anterior. Era el único caso que tenía entre manos y siempre que
llegaba a su despacho allí estaba sobre su mesa, el informe del caso. No sabría
decir cuántas veces lo había leído ya en los cuatro días que habían pasado
desde los hechos. Volvió a releerlo otra vez, aunque por encima, pues se sabía
de memoria las palabras que estaban allí escritas. Eran ya más de las 10:30 de
la mañana y Martín no había llegado, era extraño.
En los 4 días que habían pasado, Martín siempre
llegaba a eso de las 9:30 a comisaría y se sentaba con él para repasar los
hechos del caso. Media hora más tarde salían del despacho y se iban a una
cafetería que había justo enfrente de la comisaría, allí desconectaban
tomándose un café con leche y hablando de cosas triviales y sobre todo de cine.
El día anterior el inspector le confesó lo del embarazo de su hija.
-
Abuelo, eh – le respondió- Bueno ya era
hora, ya tienes las arrugas y las canas de abuelo, solo te faltaba el nieto.
-
Muy gracioso –contestó riendo- No es que
me haga mucha gracia.
-
¿Y qué esperabas? Tu niña ya no es tan
niña y hace ya años que tiene su novio formal. Estas cosas están a la orden del
día, abuelo.
La última palabra la pronunció con un énfasis
especial que los hizo echarse a reír, provocando las miradas de los clientes de
la cafetería.
-
Aquí hay mucho cotilla –volvió a decir
Martín- Hay que tener cuidado con lo que se dice.
-
Y tanto que sí.
-
¿Y tu yerno como ha reaccionado?
-
¿Mi yerno? – la pregunta descolocó al
inspector- Bueno, tuvo una reacción algo extraña, como de alivio.
-
¿Alivio? ¿Es que lo llevaban intentando
mucho tiempo o que?
-
No creo que fuese por eso, más bien creo
que la noticia le sirvió para ocultar otra noticia algo peor.
-
¡Vaya un suegro estás hecho! Eso pasa
siempre, ningún padre cree que el novio de su hija es el mejor para ella.
-
No es eso coño –respondió irritado- Te
digo yo que había algo raro, que yo sé estás cosas.
-
Claro jefe, tu ojo clínico de inspector
es legendario. ¿Cuánto mide tu yerno?
-
Eh…. –pensó un momento antes de
responder- no lo sé, un poco más que yo.
-
¿Y cuanto mides tú?
-
1.78 o por ahí, ¿por qué me preguntas
eso?
-
No, por nada. Como dices que oculta
algo, a lo mejor es el asesino que estamos buscando. La descripción encaja.
Martín se echó a reír, pero al inspector no le hizo
tanta gracia, aunque disimuló bien. Las palabras de Martín le hicieron recordar
aquel horrible sueño. Las noches siguientes le había costado dormir bastante
más. Cuando se acostaba por la noche se le solían reproducir aquellas horribles
imágenes. La mente era algo que él no entendía y no entendía porque le había
jugado aquella mala pasada.
El teléfono del despacho empezó a sonar de repente provocándole
un tremendo susto. Pulsó el botón del altavoz para responder.
-
Sánchez – respondió
-
Jefe, soy yo –la voz de Martín era
inconfundible.
-
¿Dónde estás?
-
Será mejor que vengas aquí.
-
¿A dónde? ¿Qué pasa?
-
Tenemos otro muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario