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viernes, 20 de septiembre de 2013

Capítulo 13

La situación no era todo lo ideal para Juanjo de lo que él habría esperado. El encuentro con su suegro en urgencias no entraba dentro de sus planes, de hecho, ni la visita a urgencias entraba. Pero se había producido y tenía la extraña sensación de que estaba bajo sospecha. Por suerte ya estaba en casa, a pesar de todo. Ainhoa le estaba ayudando a ponerse el pijama haciendo las veces de enfermera. No podía dejar de pensar en cómo había llegado a esa situación.

El plan no había salido como esperaba. Aunque al principio pareció funcionar cuando la imagen de la rubia desangrándose le proporcionó el tan ansiado sueño que necesitaba, no llevaba ni tres horas dormido cuando un dolor rabioso lo despertó.
El dolor era muy intenso en el costado derecho, pero lo peor estaba en su mano izquierda. Había golpeado a aquel tipo que iba con la rubia con todas sus fuerzas y el golpe hizo efecto, pues el desgraciado se desplomó como un saco de patatas, pero Juanjo no calibró las posibles consecuencias, tan evidentes pasadas tres horas.
Intentó volver a conciliar el sueño, pero era imposible. Con cada postura que cogía en la cama, el dolor parecía aumentar. La mano le palpitaba y hasta el paso de la sangre por las venas le hacía sentir dolor (o eso le parecía) Finalmente se rindió y se levantó a tomarse una pastilla para el dolor, esperando que tal vez le aliviara algo. No fue así.
El dolor del costado iba cada vez a más y ya le costaba hasta estar sentado. Metió la mano dolorida bajo el grifo del agua fría esperando un milagro que no se produjo y buscó sin éxito alguna pomada para el dolor que fuese efectiva en su costado. Pero Juanjo no solía tener tantas medicinas en su piso como su madre, que podía montar una farmacia tranquilamente si quisiera.
Pudo aguantar casi dos horas hasta que ya no tuvo más remedio que coger el toro por los cuernos y dirigirse al hospital. Antes de salir del piso se cercioró de que no había ningún rastro sobre su cuerpo del delito que había cometido. No sabría muy bien decir cómo pudo llegar al hospital en ese estado. Cuando se montó en el coche un latigazo de dolor le recorrió el costado de arriba abajo. Colocó la mano izquierda con mimo sobre el volante para intentar girar, cosa que le resultó bastante complicado y tuvo que hacer juegos malabares con la palanca de cambios y el volante para no tener un accidente.  Finalmente llegó a la puerta de urgencias y dejó el coche en doble fila, si le había costado conducir no quería ni imaginarse lo que le hubiese costado aparcar, y más siendo Juanjo un poco torpe en ese arte en el que solía necesitar hacer varias maniobras para poder cuadrar el coche.
Tras darle sus datos a la enfermera de la entrada, pasó a la sala de espera. La sala no era muy grande y los asientos estaban todos ocupados, así que Juanjo se tuvo que apoyar sobre uno de los cristales que hacían las veces de muros. El dolor iba en aumento y parecía reflejarse en su cara, pues un hombre le ofreció su asiento. Pero Juanjo lo rechazó, pues sentado el costado le dolía aún más que de pie.
No pudo evitar fijarse en la gente que esperaba atención médica y sobre todo en una pareja joven. La chica tenía el labio partido por lo que parecía ser un golpe y no dejaba de sollozar. A su lado estaba el que parecía ser su novio, que no dejaba de murmurarle cosas al oído para tranquilizarla, o eso supuso Juanjo. La chica no tendría más de 20 años y era bastante guapa, menuda y de pelo negro. La megafonía pronuncio el nombre de Juanjo y cuando este abandonaba la sala volvió a mirar a la afligida chica, que le devolvió la mirada, pero rápidamente apartó la vista y agacho la cabeza.
Ya en la consulta, Juanjo se inventó que se había resbalado por las escaleras de su piso mientras iba a sacar la basura y se había pegado un golpe en el costado y en la mano que le había producido las lesiones que sufría. La señorita que estaba en la consulta anotó todo lo que Juanjo le dijo y lo volvió a mandar a la sala de espera, a esperar de nuevo su turno.
Al volver a la sala, vio que había un lugar vació y decidió ocuparlo, fue una mala idea. El dolor se recrudecía cuando se sentaba, de modo que se levantó y volvió a apoyarse en el cristal. La pareja joven seguía allí y Juanjo volvió a prestarles atención. El chico no paraba de trastear en el móvil y la chica seguía cabizbaja y nerviosa. Juanjo clavó la mirada en ella. La chica levantó la cabeza y cruzó su mirada con Juanjo. En ese momento miró hacía su novio y vio que este estaba ocupado con el móvil y entonces volvió a mirar a Juanjo con curiosidad y este le aguanto la mirada, lo cual era extraño, pues Juanjo siempre había sido muy tímido en estos aspectos. Sin embargo en aquel momento se sentía lleno de valor para aguantarle la mirada a un chica.
-          ¿Juanjo?
Aquella voz lo apartó de sus pensamientos con aquella chica. Conocía a la perfección aquella voz ronca y aquel tono severo, autoritario. Giró la cabeza buscando lo inevitable. Allí estaba su suegro, frente a él. Su presencia lo llenó de dudas.
-          Ángel – consiguió responderle – Buenos días.
-          ¿Qué haces aquí?
Juanjo percibió con claridad como su suegro lo miraba de arriba abajo. Sin duda había activado su radar policial para detectar pruebas. No era la primera vez que le pasaba ese radar, pero si que era la vez en que Juanjo estaba más nervioso.
-          Nada – respondió – que me he caído por las escaleras y me he dado un golpe en el costado y en la mano.
-          ¿Y cómo te has caído?
Aquello tenía toda la pinta de interrogatorio, solo faltaba la mesa, un par de sillas y el famoso espejo por el que te observaban.
-          Pues sacando la basura, he resbalado.
-          Vaya hombre – dijo su suegro – a ver.
Su suegro le cogió la mano y se la observó. Estaba muy hinchada y apenas podía moverla.
-          Vaya golpe, tiene mala pinta. ¿Qué costado ha sido?
Juanjo hizo un gesto señalándose el costado derecho. Su suegro le levantó la ropa y echó un vistazo a los desperfectos. El moratón era enorme a la altura de las costillas.
-          Vaya – volvió a decir su suegro - ¿y qué te han dicho?
-          Todavía nada, estoy esperando que me llamen.
-          ¿Cómo has venido?
-          Con mi coche.
-          ¿Has podido conducir con esa mano?
-          Me ha costado lo suyo, lo he dejado en doble fila.
-          Tendré que ponerte una multa, chaval.
La última frase la había dicho Martín, el compañero de su suegro y que se había acercado durante la conversación.
-          Calla, Martín – dijo su suegro - ¿Y cómo piensas volver? En ese estado no te puedo permitir conducir.
-          Ya… - Juanjo no sabía que decir – cogeré un taxi.
-          ¿Un taxi? – Martín volvía a intervenir - ¿Pero no tienes novia, o es que te has peleado con ella y te ha tirado por las escaleras?
Aquella frase vino acompañada de una carcajada. Lo cierto es que Juanjo no se había acordado de Ainhoa hasta ese momento.
-          La llamaré a ver si puede venir a recogerme.
-          ¿A qué esperas? – dijo su suegro.
Metió la mano en su bolsillo y sacó el teléfono. Busco a Ainhoa en la agenda y pulso el botón. En aquel momento vio como la chica morena y su novio salían de sala de espera para entrar en una de las consultas. La chica iba tras él y le dedicó una mirada y una sonrisa furtivas. La voz de Ainhoa sonaba al otro lado de la línea.

-          Ainhoa – dijo Juanjo - ¿puedes venir a recogerme? Estoy en urgencias.

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