La situación no era todo lo ideal para Juanjo de lo
que él habría esperado. El encuentro con su suegro en urgencias no entraba
dentro de sus planes, de hecho, ni la visita a urgencias entraba. Pero se había
producido y tenía la extraña sensación de que estaba bajo sospecha. Por suerte
ya estaba en casa, a pesar de todo. Ainhoa le estaba ayudando a ponerse el
pijama haciendo las veces de enfermera. No podía dejar de pensar en cómo había
llegado a esa situación.
El plan no había salido como esperaba. Aunque al
principio pareció funcionar cuando la imagen de la rubia desangrándose le
proporcionó el tan ansiado sueño que necesitaba, no llevaba ni tres horas
dormido cuando un dolor rabioso lo despertó.
El dolor era muy intenso en el costado derecho, pero
lo peor estaba en su mano izquierda. Había golpeado a aquel tipo que iba con la
rubia con todas sus fuerzas y el golpe hizo efecto, pues el desgraciado se
desplomó como un saco de patatas, pero Juanjo no calibró las posibles
consecuencias, tan evidentes pasadas tres horas.
Intentó volver a conciliar el sueño, pero era
imposible. Con cada postura que cogía en la cama, el dolor parecía aumentar. La
mano le palpitaba y hasta el paso de la sangre por las venas le hacía sentir
dolor (o eso le parecía) Finalmente se rindió y se levantó a tomarse una
pastilla para el dolor, esperando que tal vez le aliviara algo. No fue así.
El dolor del costado iba cada vez a más y ya le
costaba hasta estar sentado. Metió la mano dolorida bajo el grifo del agua fría
esperando un milagro que no se produjo y buscó sin éxito alguna pomada para el
dolor que fuese efectiva en su costado. Pero Juanjo no solía tener tantas
medicinas en su piso como su madre, que podía montar una farmacia tranquilamente
si quisiera.
Pudo aguantar casi dos horas hasta que ya no tuvo
más remedio que coger el toro por los cuernos y dirigirse al hospital. Antes de
salir del piso se cercioró de que no había ningún rastro sobre su cuerpo del
delito que había cometido. No sabría muy bien decir cómo pudo llegar al
hospital en ese estado. Cuando se montó en el coche un latigazo de dolor le
recorrió el costado de arriba abajo. Colocó la mano izquierda con mimo sobre el
volante para intentar girar, cosa que le resultó bastante complicado y tuvo que
hacer juegos malabares con la palanca de cambios y el volante para no tener un
accidente. Finalmente llegó a la puerta
de urgencias y dejó el coche en doble fila, si le había costado conducir no
quería ni imaginarse lo que le hubiese costado aparcar, y más siendo Juanjo un
poco torpe en ese arte en el que solía necesitar hacer varias maniobras para
poder cuadrar el coche.
Tras darle sus datos a la enfermera de la entrada,
pasó a la sala de espera. La sala no era muy grande y los asientos estaban
todos ocupados, así que Juanjo se tuvo que apoyar sobre uno de los cristales
que hacían las veces de muros. El dolor iba en aumento y parecía reflejarse en
su cara, pues un hombre le ofreció su asiento. Pero Juanjo lo rechazó, pues
sentado el costado le dolía aún más que de pie.
No pudo evitar fijarse en la gente que esperaba
atención médica y sobre todo en una pareja joven. La chica tenía el labio
partido por lo que parecía ser un golpe y no dejaba de sollozar. A su lado
estaba el que parecía ser su novio, que no dejaba de murmurarle cosas al oído
para tranquilizarla, o eso supuso Juanjo. La chica no tendría más de 20 años y
era bastante guapa, menuda y de pelo negro. La megafonía pronuncio el nombre de
Juanjo y cuando este abandonaba la sala volvió a mirar a la afligida chica, que
le devolvió la mirada, pero rápidamente apartó la vista y agacho la cabeza.
Ya en la consulta, Juanjo se inventó que se había
resbalado por las escaleras de su piso mientras iba a sacar la basura y se
había pegado un golpe en el costado y en la mano que le había producido las
lesiones que sufría. La señorita que estaba en la consulta anotó todo lo que
Juanjo le dijo y lo volvió a mandar a la sala de espera, a esperar de nuevo su
turno.
Al volver a la sala, vio que había un lugar vació y
decidió ocuparlo, fue una mala idea. El dolor se recrudecía cuando se sentaba,
de modo que se levantó y volvió a apoyarse en el cristal. La pareja joven
seguía allí y Juanjo volvió a prestarles atención. El chico no paraba de
trastear en el móvil y la chica seguía cabizbaja y nerviosa. Juanjo clavó la
mirada en ella. La chica levantó la cabeza y cruzó su mirada con Juanjo. En ese
momento miró hacía su novio y vio que este estaba ocupado con el móvil y
entonces volvió a mirar a Juanjo con curiosidad y este le aguanto la mirada, lo
cual era extraño, pues Juanjo siempre había sido muy tímido en estos aspectos.
Sin embargo en aquel momento se sentía lleno de valor para aguantarle la mirada
a un chica.
-
¿Juanjo?
Aquella voz lo apartó de sus pensamientos con
aquella chica. Conocía a la perfección aquella voz ronca y aquel tono severo,
autoritario. Giró la cabeza buscando lo inevitable. Allí estaba su suegro,
frente a él. Su presencia lo llenó de dudas.
-
Ángel – consiguió responderle – Buenos días.
-
¿Qué haces aquí?
Juanjo percibió con claridad como su suegro lo
miraba de arriba abajo. Sin duda había activado su radar policial para detectar
pruebas. No era la primera vez que le pasaba ese radar, pero si que era la vez
en que Juanjo estaba más nervioso.
-
Nada – respondió – que me he caído por
las escaleras y me he dado un golpe en el costado y en la mano.
-
¿Y cómo te has caído?
Aquello tenía toda la pinta de interrogatorio, solo
faltaba la mesa, un par de sillas y el famoso espejo por el que te observaban.
-
Pues sacando la basura, he resbalado.
-
Vaya hombre – dijo su suegro – a ver.
Su suegro le cogió la mano y se la observó. Estaba
muy hinchada y apenas podía moverla.
-
Vaya golpe, tiene mala pinta. ¿Qué costado
ha sido?
Juanjo hizo un gesto señalándose el costado derecho.
Su suegro le levantó la ropa y echó un vistazo a los desperfectos. El moratón era
enorme a la altura de las costillas.
-
Vaya – volvió a decir su suegro - ¿y qué
te han dicho?
-
Todavía nada, estoy esperando que me
llamen.
-
¿Cómo has venido?
-
Con mi coche.
-
¿Has podido conducir con esa mano?
-
Me ha costado lo suyo, lo he dejado en
doble fila.
-
Tendré que ponerte una multa, chaval.
La última frase la había dicho Martín, el compañero
de su suegro y que se había acercado durante la conversación.
-
Calla, Martín – dijo su suegro - ¿Y cómo
piensas volver? En ese estado no te puedo permitir conducir.
-
Ya… - Juanjo no sabía que decir – cogeré
un taxi.
-
¿Un taxi? – Martín volvía a intervenir -
¿Pero no tienes novia, o es que te has peleado con ella y te ha tirado por las
escaleras?
Aquella frase vino acompañada de una carcajada. Lo
cierto es que Juanjo no se había acordado de Ainhoa hasta ese momento.
-
La llamaré a ver si puede venir a
recogerme.
-
¿A qué esperas? – dijo su suegro.
Metió la mano en su bolsillo y sacó el teléfono.
Busco a Ainhoa en la agenda y pulso el botón. En aquel momento vio como la
chica morena y su novio salían de sala de espera para entrar en una de las
consultas. La chica iba tras él y le dedicó una mirada y una sonrisa furtivas.
La voz de Ainhoa sonaba al otro lado de la línea.
-
Ainhoa – dijo Juanjo - ¿puedes venir a
recogerme? Estoy en urgencias.
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