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viernes, 9 de agosto de 2013

Capítulo 11

La sangre de la rubia empapaba la navaja. Las manos de Juanjo se movían con rapidez para eliminar el rastro rojo que manchaba la hoja plateada. Los párpados empezaban a pesarle, su plan había funcionado.

Tras la noche del asesinato del vagabundo, Juanjo no había conseguido pegar ojo. El insomnio había vuelto a su vida y lo había hecho con una fuerza atroz. Daba igual lo que intentara, era inútil. Incluso había recurrido a tomarse de nuevo sus malignas pastillas, pero desistió en un solo día, el efecto de aquellas píldoras infernales era demoledor para su cuerpo, pero lo habría podido soportar si hubiesen cumplido su cometido, hacerlo dormir, pero no lo conseguían.
Lo que era verdaderamente extraño es que solo conseguía un estado cercano al sueño cuando pensaba en la muerte de aquel desgraciado. Pero ni así podía quedarse dormido. Intentó también escuchar a su nuevo descubrimiento musical, Pavarotti, pues había quedado prendado de su voz cuando escuchó “Nessun Dorma” de camino a la casa de su suegro. Pero la música del tenor italiano tampoco conseguía relajarlo tanto como para quedarse dormido.
La segunda noche después del crimen, Juanjo se asomó al balcón a pesar del frío que hacía. El viento lo abofeteó con dureza, pero resistió el envite y se quedó allí, echado de pecho sobre la barandilla. Pocos minutos después vio que alguien se acercaba caminando en solitario por la calle. Era muy tarde, así que debía de venir de algún garito nocturno de copas. Se dio cuenta de que era una mujer, rubia para más señas. El ruido de sus tacones al caminar era estruendoso, tanto que Juanjo lo escuchaba a la perfección, y eso que estaba en un cuarto piso. Desde la altura no pudo verla bien, pero habría jurado que era una chica bastante guapa, o por lo menos era presumida. Llevaba una americana roja y una minifalda negra, bolso y tacones negros, a juego. Y su forma de caminar era sugerente, se contoneaba de manera obvia y descarada. Juanjo pensó a quien pensaba provocar a aquellas horas, pues no había ni un alma en la calle. Se quedó mirándola hasta que cruzó la esquina y la perdió de vista. De vuelta en su cama, se quedó un buen rato pensando en aquella rubia. Le extrañó que fuese sola, una chica joven, atractiva y a esas horas de la noche sola, cuanto menos era curioso.
Al día siguiente Juanjo tenía cita con el médico. Ainhoa no pudo acompañarlo y tuvo que ir solo, pues su madre tampoco podía ir. Cuando el médico le pregunto cómo estaba y que si había dormido, le respondió que si, que había conseguido dormir, pero obviamente no le dijo el motivo por el que creía que lo había conseguido. El médico por su parte creyó que el mérito era de sus machaconas pastillas y le recetó otra caja más, le volvió a dar cita para la siguiente semana y le dijo que se marchara. Tanto Ainhoa como su madre le llamaron para preocuparse por él. Les dijo lo que le había dicho el médico y parecieron quedarse más tranquilas.
Más tarde, quedó con Ainhoa para ir al cine y ver alguna película. Al terminar la sesión cenaron algo rápido en un burguer y se despidieron hasta el día siguiente. Ainhoa trabajaba en una peluquería y algunas veces tenía que ir muy temprano porque tenía algún encargo especial y no se podía quedar con Juanjo mucho rato. Pero a Juanjo le dio un poco igual, de hecho hasta le pareció mejor, así no tenía porque engañar a Ainhoa. Si ella se quedaba con él y veía que no podía dormir, las cosas se podrían desmadrar. Así que Juanjo volvió solo hasta su piso.
Una vez allí comenzó su ritual del hombre que no puede dormir, o así lo llamaba él. Primero ver un poco la televisión. Cuando ya estaba harto, iba hasta su habitación y empezaba a navegar por la web. Visitaba páginas de muchas clases que iban desde las pornográficas hasta los periódicos digitales, hay que verlo todo, se decía a si mismo. Luego veía alguna serie online y por lo general solía comer algo, bueno más que comer, picotear. Tras dos noches sin dormir, sus cara estaba recuperando su tono de tez pálida modelo zombie. Se refrescó en el lavabo y volvió al ordenador. Cuando vio la hora que era, se acordó de la rubia, pues era la misma hora a la que la había visto la noche anterior, así que se levantó como un resorte de la silla y se dirigió hasta el balcón. Las posibilidades de verla de nuevo eran remotas, la misma chica, a una hora similar, por la misma calle, dos días consecutivos, los factores no parecían muy buenos.
El ritmo cardíaco de su corazón aumento cuando vio una figura que se aproximaba por la calle. Supo inmediatamente que era ella por el ruido de los tacones, era idéntico al de la noche anterior y a los pocos segundos lo pudo corroborar, era la rubia. Iba vestida de forma diferente, completamente de negro de la cabeza a los pies, pero el pelo rubio y aquella forma de caminar tan sugerente eran los mismos. Además volvía a ir sola, hecho que confirmó que era ella. Sintió el deseo de gritarle algo desde las alturas, pero pudo contenerse. No habría sabido explicar bien la sensación que le provocaba aquella mujer, no era como Ainhoa, era algo diferente, pero le llamaba poderosamente la atención. Cuando la perdió de vista volvió al interior del piso a seguir con su ritual.
A la mañana siguiente recibió un mensaje de Ainhoa, Voy a estar muy liada todo el día, pásate por la pelu si puedes y charlamos aunque sea un poco, vale? Te quieroooo bss. Así que tras desayunar algo, se puso en camino a la peluquería de su novia. Por el camino paso por una tienda a la que nunca le había prestado atención, a pesar de que había pasado por ella cientos de veces. En el escaparate había varios artículos de acero, entre ellos navajas. Le llamó mucho la atención una que tenía la empuñadura blanca y la hoja reflejaba la luz del sol como si se tratara de un espejo. Sin saber muy bien porque entró en la tienda y le dijo al dependiente, un tipo algo desaliñado, con el pelo entrecano y con una cola, que le diera la navaja. El precio era algo caro, pero no le importó, saco la tarjeta y se la echó al bolsillo. Al llegar a la peluquería pudo comprobar que el mensaje de su novia era cierto. El establecimiento estaba lleno de mujeres, tanto jóvenes como marujas. Era la época de las comuniones y muchas mujeres se peinaban para acudir a esos eventos. Encontró a Ainhoa en una de las esquinas y fue a saludarla. Intercambiaron alguna información poco relevante y finalmente ella le dijo que cuando terminara se pasaría por su casa para cenar juntos, se besaron y Juanjo salió pitando de aquel lugar ruidoso.
De vuelta a casa se pasó todo el camino tocando la navaja de su bolsillo. La tarde se le hizo muy larga esperando a Ainhoa, que llegó a sobre las 21:30. Tras contarle todo el jaleo de la peluquería y demás, preparó unos sándwiches bastante buenos que solía preparar a menudo. Cuando terminaron la cena, Ainhoa se tuvo que marchar, pues al día siguiente le esperaba otro día igual en la peluquería.
Una vez solo, fue hasta su habitación, abrió el cajón de la mesita de noche y saco la navaja. La puso sobre la cama y se quedó contemplándola largo rato, ensimismado, sin saber muy bien el porqué. Ya la abría, ya la cerraba, se la pasaba de una mano a la otra. Se sentía como un niño con un juguete nuevo. Sin darse cuenta se le pasó el tiempo volando y cuando miró el reloj vio que era muy tarde y volvió a acordarse de la rubia.
Sin saber muy bien porque abrió el armario de la habitación y saco el impermeable negro, los guantes y las botas katiuskas. Se vistió sin dejar de echarle vistazos al reloj, la hora de la rubia estaba cerca. Completamente equipado, echó mano de la navaja y salió por la puerta. Bajó las escaleras a toda prisa, tanto que estuvo a punto de caerse, pero la baranda de las escalaras y sus costillas lo evitaron. Una vez en la calle cruzó de acera y se puso de tal manera que podía ver perfectamente la calle. No sabía muy bien lo que estaba haciendo, pero lo estaba haciendo.
El ruido de los tacones lo hizo ponerse alerta. No podía verla, pero la oía, o mejor dicho, los oía. Pasaron unos segundos que parecieron interminables hasta que por fin pudo verlos. Era su rubia, no cabía duda, pero iba acompañada de un tipo. Por un momento Juanjo se quedó inmóvil, sin saber qué hacer, totalmente bloqueado. No oía con claridad lo que decían, pero la rubia se reía. Cruzaron la esquina y el ruido de los tacones empezó a alejarse. No sabría decir muy bien porqué, pero Juanjo empezó a moverse. Avanzó hasta la esquina y se detuvo para mirar. La rubia y su pareja estaban ya a punto de cruzar otra esquina. En cuanto lo hicieron Juanjo avanzó a toda velocidad para no perderles la pista. Se sentía como una especie de detective privado espiando a un marido o una esposa infiel. Continuo siguiendo a la pareja durante más de media hora, esperando que se separaran o algo. Entonces Juanjo cayó en que aquel tipo no la iba a dejar sola hasta llegar a la casa de ella, así que decidió actuar. Dejó de ocultarse en la esquina y empezó a andar a más velocidad. La rubia iba flirteando con el tipo y riendo a carcajadas, aquel ruido le sirvió para acercarse lo suficiente.
Cuando ya estaba a una distancia que consideró apta, Juanjo comenzó a correr hacia ellos y le pegó un puñetazo con todas sus fuerzas en la nuca a aquel tipo. El pobre diablo cayó a plomo sobre el suelo y la rubia se giró para ver qué pasaba. Sus ojos se encontraron por un instante justo antes de que la navaja atravesara su cuello de oreja a oreja.
Juanjo se quedó allí mirando cómo caía, como la expresión de su cara cambiaba a algo que no podía describir con palabras. Ya en el suelo, Juanjo le miró los tacones de aguja y fue subiendo poco a poco hasta llegar a su sanguinolento cuello. Empezaba a formarse un charco rojo bajo su melena rubia, que empezaba a tornarse en pelirroja. La mano le dolía horrores y el costado no era para menos. Tenía que largarse de allí y limpiar la navaja y tomarse un ibuprofeno para el dolor.

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