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sábado, 27 de julio de 2013

Capítulo 9

Bueno, os dejo el capítulo de esta semana con un día de retraso, pero no he podido hacerlo antes. Mi ordenador está volviendo a hacer de las suyas y unos días quiere y otro no quiere. Por suerte entre ayer y hoy he podido terminar el capítulo. Espero que os guste.


La noche se avecinaba muy larga para Juanjo. La revelación de que Ainhoa estaba embarazada lo había dejado seriamente desconcertado. Por una parte tenía sentimientos encontrados, pero por otra se sentía en la cuerda floja emocional.
La vuelta a casa después de la cena fue algo extraña. Tener un hijo es algo muy bonito, se decía a si mismo, pero por otra parte se sentía asustado y su condición de asesino en la sombra (autoproclamado por él mismo) lo hacía sentirse aterrorizado. La sola idea de tener un hijo y estar a la vez en la cárcel le rondó la cabeza por un instante. Pensó que le iba a decir a Ainhoa cuando llegaran a casa, ella lo seguía de cerca en su coche.
Al llegar a casa Ainhoa y él empezaron a debatir sobre los pros y los contras de tener un hijo. Ella hacía una defensa a ultranza de su todavía hijo no nato, mientras que él escuchaba todos los argumentos y los iba digiriendo como buenamente podía. Finalmente se sintió algo más tranquilo. Ainhoa lo detectó y lo llevó hasta la cama de la mano. Cuando terminaron, ella se acurró sobre el pecho de Juanjo y a los pocos minutos ya estaba dormida. Su respiración casi rítmica lo confirmaba. Completamente inmóvil, Juanjo intentó quedarse dormido, cerró los ojos una vez, y otra, y otra, y otra, pero fue inútil, el insomnio volvía a estar allí, omnipresente.
La imagen de Ainhoa dormida sobre su pecho lo reconfortaba. Empezó a pensar en cómo sería su vida cuando fuese padre. Padre, una palabra desconocida para él. Juanjo se había criado con su madre y no sabía absolutamente nada de su padre, ni siquiera su nombre. Su madre nunca le había hablado de él. Lo único que consiguió sacarle una vez es que cuando se enteró que su madre estaba embarazada salió huyendo. Aquella situación no fue precisamente fácil de llevar. Los niños del colegio se solían meter con él diciéndole todo tipo de cosas sobre su padre ausente. Con los años aprendió a crear una fachada que mostraba alegría delante de su madre, pero la amargura era su verdadera compañera diaria. Ya en el instituto, sus amigos se comportaban de otra manera y Juanjo pudo por fin tener parte de su infancia tranquila, la amargura había desaparecido, pero el rencor hacía su padre no, y seguía muy vivo hasta el día de hoy.
Por eso se prometió a si mismo que ese niño (o niña) tendría un padre a su lado y que ni por asomo se le ocurriría jamás abandonarlo. Se vio a si mismo junto a Ainhoa paseando por el parque con el bebé en brazos. La gente los paraba y les decía lo guapo que era, lo gordo que estaba y otra serie de cumplidos variados, aunque había una cosa rara, el bebé no tenía rostro en la mente de Juanjo. Le costaba imaginar una cara mezcla suya y de Ainhoa. ¿Tendría sus ojos? ¿La nariz de su madre? Era complicado hacerse una idea de algo tan complejo. Decidió no calentarse la cabeza y dejar esas cosas en manos de la genética.
Ya era muy tarde, pero no tenía ni pizca de sueño. Recordó la noche anterior en que había matado a aquel estúpido vagabundo. El muy imbécil pensó que podía robarle, pero le salió el tiro por la culata. Cerró los ojos y recordó la escena en su cabeza. Empezó a recrear la situación y poco a poco notó como el sueño iba apareciendo en su sistema. Pero al dejar de pensar en aquello, el sueño se evaporó como un charco en pleno verano y el insomnio apareció de nuevo.
Todo aquello lo desconcertaba mucho. Llevaba varios días sin dormir hasta que mató a aquel tipo y después de aquello había podido conciliar el sueño, sin necesidad de pastillas y ahora, que había vuelto a pensar en aquello, había vuelto a tener sueño, pero no se había podido quedar dormido.
 Ainhoa se había movido y por ende, lo había liberado. Juanjo se levantó y se dirigió a la cocina. Se sirvió un vaso de leche para ver si le ayudaba a dormir un poco. Se lo tomó allí mismo, de pie. Estaba a punto de salir de allí cuando vio la lavadora. Se acordó entonces del impermeable y las botas katiuskas que había lavado.  Pensó que aspecto debería de tener con aquello puesto y la capucha tapándole la cabeza. Algo parecido a Ben Willis, supongo se dijo a si mismo.
Ben Willis es el asesino de las películas “Se lo que hicisteis el último verano” y fue el primero que se le vino a la mente. Juanjo era amante del cine de terror, pero en particular le gustaba mucho el género slasher, que para aquellos que no sabían lo que era, Juanjo solía describirlo con una frase sencilla, pues son las películas en las que un asesino, que se disfraza para ocultar su identidad, mata a una serie personajes, y aunque la saga de Ben Willis no era precisamente su favorita del género slasher, si que la apariencia del asesino era la más adecuada para su suposición.
Pero él no se consideraba un asesino típico de un slasher, en esas películas el asesino (o asesinos) suelen tener algún motivo para matar, ya sea por venganza, locura o vete tú a saber que, pero el caso de Juanjo era diferente. Si, había matado a un hombre y sí, eso lo convertía en un asesino, pero a diferencia de aquellos tipos de las películas, lo suyo había sido un accidente, o al menos eso quería pensar él.
Le había dado muchas vueltas a aquello. Al principio pensaba que había sido un accidente, pero luego había varias cosas que se escapaban a su raciocinio. Estaba claro que el tirón de las piernas para liberarse del vagabundo fue un acto de defensa, pero cuando el tío estaba en el suelo retorciéndose de dolor, Juanjo pudo haber echado a correr y no habría pasado nada, pero eso no fue lo que ocurrió. Con aquel tío en el suelo, Juanjo vio el resplandor de la hoja de la navaja y sin saber muy bien el porqué se sentó sobre aquel desgraciado, agarró la navaja y puso fin a su desgraciada existencia. ¿Era aquello un accidente? Juanjo pensaba que no, pero tampoco tenía una explicación lógica para decir porque había hecho lo que había hecho y por más vueltas que le daba no encontraba una respuesta.
Abandonó la cocina y volvió al dormitorio. Se quedó durante un instante mirando a Ainhoa. La sábana se le había deslizado ligeramente por la espalda. Sintió como su libido aumentaba al ver la semi-desnudez de la que iba a ser la madre de su hijo. El ardor sexual era tremendo, pero pudo contenerse, no quería despertarla y que ella empezara a preguntarle por que no podía volver a dormir, se preocupaba demasiado y era lo último que quería en aquel momento, preocuparla.
Así que se acercó a la cama, volvió a taparle la espalda con la sábana y se tumbo a su lado. Y allí se quedó, con los ojos como platos, fijos en el ventilador del techo. Hacía un poco de calor, lo mejor era enchufarlo, pues a Juanjo le esperaba una larga noche por delante.

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