La noche se avecinaba muy larga para Juanjo. La
revelación de que Ainhoa estaba embarazada lo había dejado seriamente
desconcertado. Por una parte tenía sentimientos encontrados, pero por otra se
sentía en la cuerda floja emocional.
La vuelta a casa después de la cena fue algo
extraña. Tener un hijo es algo muy bonito, se decía a si mismo, pero por otra
parte se sentía asustado y su condición de asesino en la sombra (autoproclamado
por él mismo) lo hacía sentirse aterrorizado. La sola idea de tener un hijo y
estar a la vez en la cárcel le rondó la cabeza por un instante. Pensó que le
iba a decir a Ainhoa cuando llegaran a casa, ella lo seguía de cerca en su
coche.
Al llegar a casa Ainhoa y él empezaron a debatir
sobre los pros y los contras de tener un hijo. Ella hacía una defensa a
ultranza de su todavía hijo no nato, mientras que él escuchaba todos los
argumentos y los iba digiriendo como buenamente podía. Finalmente se sintió
algo más tranquilo. Ainhoa lo detectó y lo llevó hasta la cama de la mano.
Cuando terminaron, ella se acurró sobre el pecho de Juanjo y a los pocos
minutos ya estaba dormida. Su respiración casi rítmica lo confirmaba.
Completamente inmóvil, Juanjo intentó quedarse dormido, cerró los ojos una vez,
y otra, y otra, y otra, pero fue inútil, el insomnio volvía a estar allí,
omnipresente.
La imagen de Ainhoa dormida sobre su pecho lo
reconfortaba. Empezó a pensar en cómo sería su vida cuando fuese padre. Padre,
una palabra desconocida para él. Juanjo se había criado con su madre y no sabía
absolutamente nada de su padre, ni siquiera su nombre. Su madre nunca le había
hablado de él. Lo único que consiguió sacarle una vez es que cuando se enteró
que su madre estaba embarazada salió huyendo. Aquella situación no fue precisamente
fácil de llevar. Los niños del colegio se solían meter con él diciéndole todo
tipo de cosas sobre su padre ausente. Con los años aprendió a crear una fachada
que mostraba alegría delante de su madre, pero la amargura era su verdadera
compañera diaria. Ya en el instituto, sus amigos se comportaban de otra manera
y Juanjo pudo por fin tener parte de su infancia tranquila, la amargura había
desaparecido, pero el rencor hacía su padre no, y seguía muy vivo hasta el día
de hoy.
Por eso se prometió a si mismo que ese niño (o niña)
tendría un padre a su lado y que ni por asomo se le ocurriría jamás
abandonarlo. Se vio a si mismo junto a Ainhoa paseando por el parque con el
bebé en brazos. La gente los paraba y les decía lo guapo que era, lo gordo que
estaba y otra serie de cumplidos variados, aunque había una cosa rara, el bebé
no tenía rostro en la mente de Juanjo. Le costaba imaginar una cara mezcla suya
y de Ainhoa. ¿Tendría sus ojos? ¿La nariz de su madre? Era complicado hacerse
una idea de algo tan complejo. Decidió no calentarse la cabeza y dejar esas
cosas en manos de la genética.
Ya era muy tarde, pero no tenía ni pizca de sueño.
Recordó la noche anterior en que había matado a aquel estúpido vagabundo. El
muy imbécil pensó que podía robarle, pero le salió el tiro por la culata. Cerró
los ojos y recordó la escena en su cabeza. Empezó a recrear la situación y poco
a poco notó como el sueño iba apareciendo en su sistema. Pero al dejar de
pensar en aquello, el sueño se evaporó como un charco en pleno verano y el
insomnio apareció de nuevo.
Todo aquello lo desconcertaba mucho. Llevaba varios
días sin dormir hasta que mató a aquel tipo y después de aquello había podido
conciliar el sueño, sin necesidad de pastillas y ahora, que había vuelto a
pensar en aquello, había vuelto a tener sueño, pero no se había podido quedar
dormido.
Ainhoa se
había movido y por ende, lo había liberado. Juanjo se levantó y se dirigió a la
cocina. Se sirvió un vaso de leche para ver si le ayudaba a dormir un poco. Se
lo tomó allí mismo, de pie. Estaba a punto de salir de allí cuando vio la
lavadora. Se acordó entonces del impermeable y las botas katiuskas que había
lavado. Pensó que aspecto debería de
tener con aquello puesto y la capucha tapándole la cabeza. Algo parecido a Ben Willis, supongo se dijo a si mismo.
Ben Willis es el asesino de las películas “Se lo que
hicisteis el último verano” y fue el primero que se le vino a la mente. Juanjo
era amante del cine de terror, pero en particular le gustaba mucho el género
slasher, que para aquellos que no sabían lo que era, Juanjo solía describirlo
con una frase sencilla, pues son las
películas en las que un asesino, que se disfraza para ocultar su identidad,
mata a una serie personajes, y aunque la saga de Ben Willis no era
precisamente su favorita del género slasher, si que la apariencia del asesino
era la más adecuada para su suposición.
Pero él no se consideraba un asesino típico de un
slasher, en esas películas el asesino (o asesinos) suelen tener algún motivo
para matar, ya sea por venganza, locura o vete tú a saber que, pero el caso de
Juanjo era diferente. Si, había matado a un hombre y sí, eso lo convertía en un
asesino, pero a diferencia de aquellos tipos de las películas, lo suyo había
sido un accidente, o al menos eso quería pensar él.
Le había dado muchas vueltas a aquello. Al principio
pensaba que había sido un accidente, pero luego había varias cosas que se
escapaban a su raciocinio. Estaba claro que el tirón de las piernas para
liberarse del vagabundo fue un acto de defensa, pero cuando el tío estaba en el
suelo retorciéndose de dolor, Juanjo pudo haber echado a correr y no habría
pasado nada, pero eso no fue lo que ocurrió. Con aquel tío en el suelo, Juanjo
vio el resplandor de la hoja de la navaja y sin saber muy bien el porqué se
sentó sobre aquel desgraciado, agarró la navaja y puso fin a su desgraciada
existencia. ¿Era aquello un accidente? Juanjo pensaba que no, pero tampoco
tenía una explicación lógica para decir porque había hecho lo que había hecho y
por más vueltas que le daba no encontraba una respuesta.
Abandonó la cocina y volvió al dormitorio. Se quedó
durante un instante mirando a Ainhoa. La sábana se le había deslizado
ligeramente por la espalda. Sintió como su libido aumentaba al ver la
semi-desnudez de la que iba a ser la madre de su hijo. El ardor sexual era
tremendo, pero pudo contenerse, no quería despertarla y que ella empezara a
preguntarle por que no podía volver a dormir, se preocupaba demasiado y era lo
último que quería en aquel momento, preocuparla.
Así que se acercó a la cama, volvió a taparle la
espalda con la sábana y se tumbo a su lado. Y allí se quedó, con los ojos como
platos, fijos en el ventilador del techo. Hacía un poco de calor, lo mejor era
enchufarlo, pues a Juanjo le esperaba una larga noche por delante.
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