La cara de Juanjo era semejante a la de un condenado
a muerte que recorre el corredor de la muerte con destino a la silla eléctrica.
La sola idea de cenar con su suegro, más conocido como el implacable inspector
Sánchez, le parecía una broma de pésimo gusto y exageradamente pesada. De todos
modos le había dicho a su novia que iría y echarse atrás habría supuesto una
bronca descomunal por parte de Ainhoa, así que decidió no correr el riesgo.
De camino al piso de su suegro pensó en varios temas
de conversación para la cena. Hablar del asesinato del vagabundo estaba
terminantemente prohibido y además, como inspector de policía que era, su
suegro no debía hablar sobre sus casos fuera del trabajo y eso tranquilizaba un
poco a Juanjo. Intentó distraerse escuchando música en el coche a medida que se
acercaba, a juzgar por su cara, al matadero. Juanjo solía escuchar música
actual, pero por alguna extraña razón se quedó embobado escuchando el Nessun
Dorma de Pavarotti. No entendía nada de italiano, pero se apuntó una nota
mental para que cuando llegase a casa buscase el significado de aquella letra.
Sin saber muy bien como, la imagen del vagabundo se formó en su mente y se vio
a si mismo apuñalándolo mientras se escuchaba de fondo aquella canción. Era la
sensación más extraña que había sentido en su vida, verse a si mismo acabando
con aquel miserable a la vez que escuchaba la fuerza de aquella canción fue
extrañamente reconfortante. Cuando volvió al coche descubrió que estaba
llorando de emoción, una emoción que no sabía explicar.
Antes de darse cuenta se vio llegando a la calle
dónde vivía su suegro. Aparcó en la misma puerta del portal, justo detrás del
coche de Ainhoa. Sin gana ninguna se apeó del coche y se dirigió hasta el
portero automático. Pulsó casi con respeto el botón del piso 4º A y esperó unos
segundos.
-
¿Quién es? – preguntó Ainhoa.
-
Soy yo
No hubo respuesta, solo el típico ruido que se
escucha cuando te abren un portal. La distancia hasta el ascensor era reducida,
aunque Juanjo habría deseado que tuviera varios kilómetros. A pesar de todo la
voz de Pavarotti le había dado fuerza para afrontar aquella cena-trampa que
había organizado su novia.
Finalmente estaba en el umbral de la puerta. Pulsó
el timbre y esperó. Durante aquellos escasos segundos su ritmo cardíaco se
disparó hasta límites insanos y llegó a pensar que le iba a dar un infarto allí
mismo, pero no hubo suerte y la puerta se abrió. Ante él estaba Ainhoa, que le dio
un beso de bienvenida.
-
Llegas tarde – le dijo con su tono de
señorita de escuela.
-
Solo 5 minutos – respondió – había un
poco de tráfico.
-
Bueno, pasa al salón. A la cena le falta
un poquito.
El piso estaba adornado al estilo clásico. El color
de las paredes era blanco y por el pasillo que llevaba hasta el salón había
fotos colgadas. Todas eran de Ainhoa, de pequeña, de comunión, de su
graduación. Antes también estaba la foto de boda de sus suegros, pero tras la
separación su suegro la había quitado y sabe Dios lo que había hecho con ella.
Al final del pasillo estaba el salón. Allí estaba su suegro, sentado en el sofá
y bebiendo una copa de lo que parecía ser whiskey con hielo.
-
Hola Ángel – saludó Juanjo- ¿Qué tal?
-
Ah, hola Juanjo – respondió el
inspector- Pues ya ves, viendo la tele.
Estaba viendo el telediario, concretamente el tiempo
de deportes, por lo que la información sobre su crimen ya había sido ofrecida.
-
Tómate algo – dijo su suegro- ¡Ainhoa, tráele
algo de beber!
-
No me apetece – respondió Juanjo.
-
Es para ir abriendo boca.
Ainhoa apareció con una copa idéntica a la de su
padre. A Juanjo le extraño que su novia le diera una copa de alcohol, pero
salió de dudas rápidamente, lo de su copa era té al limón, pero la de su suegro
no estaba tan seguro. Pasaron los minutos en solitario esperando que Ainhoa los
llamara para la cena. Durante aquellos minutos solo intercambiaron expresiones
típicas sobre el tiempo, lo bien que olía lo que estaba guisando Ainhoa, hasta
que su suegro le preguntó que como iba la búsqueda de trabajo y Juanjo se dejó
llevar y le preguntó también por el trabajo.
-
Bueno –contestó- ahora un poco liado con
un caso nuevo.
-
Ya me ha comentado algo Ainhoa. Algo de
un vagabundo.
No tenía ni las más remota idea de porque estaba preguntándole
por aquello, cuando era la primera premisa que se había marcado antes de acudir
a la cena.
-
Si –respondió su suegro visiblemente
contrariado- pero no hablemos de eso. Voy a ver como va la cena.
Se levantó dejándolo solo. Juanjo no podía sentirse
más estúpido en aquel momento. Había roto la primera regla que se había puesto
y ahora vete tu a saber por dónde irían los tiros. Pavarotti seguía resonando
en su mente con fuerza. Oyó como su novia lo llamaba, la cena estaba servida.
También se lo había imaginado, que Ainhoa cocinaría
su comida favorita. En el centro de la mesa había dos grandes fuentes. Una con
el lomo al horno y la otra con las patatas también al horno como acompañantes.
También había un plato de gambas cocidas, las preferidas de Juanjo y de su
suegro.
-
Tiene una pinta estupenda – fue lo único
que pudo decir Juanjo
-
Gracias – respondió Ainhoa complacida –
Tenéis que coméroslo todo.
-
Claro hija – respondió el inspector- voy
a ir llamando a la ambulancia para que me ingresen por indigestión.
El comentario provocó la sonrisa de Ainhoa y Juanjo
no tuvo más remedio que acompañarla con una mueca que pasó por una sonrisa.
Ciertamente todo estaba muy bueno. Ainhoa tenía buena mano para la cocina y
muchas veces cocinaba para ellos dos, cosa que Juanjo agradecía, así podía
abandonar su dieta que se componía principalmente de bocadillos y cocina precocinada.
Durante la comida no hablaron demasiado y se centraron en devorar el festín.
Cuando ya había terminado, Ainhoa se levantó y se dirigió a la cocina.
-
Estaba todo muy bueno – dijo al fin
Juanjo.
-
Pues sí –confirmó el inspector- la
verdad es que Ainhoa tiene buen toque para estas cosas.
Antes de que Juanjo pudiera decir algo, Ainhoa
apareció con dos platos con porciones de tarta de whiskey, uno para Juanjo y
otro para su padre y luego volvió con otro para ella. La tarta también estaba
muy buena, aunque eso no era mérito de Ainhoa, estaba claro. Cuando se
terminaron la tarta, llegó el aterrador momento para Juanjo, la sobremesa.
Conocía perfectamente a su novia y sabía que era aquel momento el más peligroso
para que Ainhoa dijera cualquier cosa.
-
Bueno – empezó Ainhoa- la verdad es que
hay un motivo por el que quería tener esta cena.
-
Pues tú dirás hija, somos todo oídos.
La verdad es que aquella frase había dejado
desconcertado a Juanjo. ¿Qué quería decir su novia con aquello? Se esperaba
cualquier cosa.
-
Pues bueno, como decirlo – empezó Ainhoa-
pues llevo unos días que me siento mal. Así que he ido a la farmacia y me he
comprado un test de embarazo porque tengo un retraso. Y me ha dado positivo.
Vamos, que estoy embarazada.
Aquello era genial, pensó la mente sarcástica de
Juanjo. El asesino iba a tener un hijo y su abuelo iba a llevar a su padre a la
cárcel. Sin duda el típico marco de familia feliz.
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