Vistas de página en total

4,028

miércoles, 17 de julio de 2013

Capítulo 7



La cara de Juanjo era semejante a la de un condenado a muerte que recorre el corredor de la muerte con destino a la silla eléctrica. La sola idea de cenar con su suegro, más conocido como el implacable inspector Sánchez, le parecía una broma de pésimo gusto y exageradamente pesada. De todos modos le había dicho a su novia que iría y echarse atrás habría supuesto una bronca descomunal por parte de Ainhoa, así que decidió no correr el riesgo.


De camino al piso de su suegro pensó en varios temas de conversación para la cena. Hablar del asesinato del vagabundo estaba terminantemente prohibido y además, como inspector de policía que era, su suegro no debía hablar sobre sus casos fuera del trabajo y eso tranquilizaba un poco a Juanjo. Intentó distraerse escuchando música en el coche a medida que se acercaba, a juzgar por su cara, al matadero. Juanjo solía escuchar música actual, pero por alguna extraña razón se quedó embobado escuchando el Nessun Dorma de Pavarotti. No entendía nada de italiano, pero se apuntó una nota mental para que cuando llegase a casa buscase el significado de aquella letra. Sin saber muy bien como, la imagen del vagabundo se formó en su mente y se vio a si mismo apuñalándolo mientras se escuchaba de fondo aquella canción. Era la sensación más extraña que había sentido en su vida, verse a si mismo acabando con aquel miserable a la vez que escuchaba la fuerza de aquella canción fue extrañamente reconfortante. Cuando volvió al coche descubrió que estaba llorando de emoción, una emoción que no sabía explicar.
Antes de darse cuenta se vio llegando a la calle dónde vivía su suegro. Aparcó en la misma puerta del portal, justo detrás del coche de Ainhoa. Sin gana ninguna se apeó del coche y se dirigió hasta el portero automático. Pulsó casi con respeto el botón del piso 4º A y esperó unos segundos.
-          ¿Quién es? – preguntó Ainhoa.
-          Soy yo
No hubo respuesta, solo el típico ruido que se escucha cuando te abren un portal. La distancia hasta el ascensor era reducida, aunque Juanjo habría deseado que tuviera varios kilómetros. A pesar de todo la voz de Pavarotti le había dado fuerza para afrontar aquella cena-trampa que había organizado su novia.
Finalmente estaba en el umbral de la puerta. Pulsó el timbre y esperó. Durante aquellos escasos segundos su ritmo cardíaco se disparó hasta límites insanos y llegó a pensar que le iba a dar un infarto allí mismo, pero no hubo suerte y la puerta se abrió. Ante él estaba Ainhoa, que le dio un beso de bienvenida.
-          Llegas tarde – le dijo con su tono de señorita de escuela.
-          Solo 5 minutos – respondió – había un poco de tráfico.
-          Bueno, pasa al salón. A la cena le falta un poquito.
El piso estaba adornado al estilo clásico. El color de las paredes era blanco y por el pasillo que llevaba hasta el salón había fotos colgadas. Todas eran de Ainhoa, de pequeña, de comunión, de su graduación. Antes también estaba la foto de boda de sus suegros, pero tras la separación su suegro la había quitado y sabe Dios lo que había hecho con ella. Al final del pasillo estaba el salón. Allí estaba su suegro, sentado en el sofá y bebiendo una copa de lo que parecía ser whiskey con hielo.
-          Hola Ángel – saludó Juanjo- ¿Qué tal?
-          Ah, hola Juanjo – respondió el inspector- Pues ya ves, viendo la tele.
Estaba viendo el telediario, concretamente el tiempo de deportes, por lo que la información sobre su crimen ya había sido ofrecida.
-          Tómate algo – dijo su suegro- ¡Ainhoa, tráele algo de beber!
-          No me apetece – respondió Juanjo.
-          Es para ir abriendo boca.
Ainhoa apareció con una copa idéntica a la de su padre. A Juanjo le extraño que su novia le diera una copa de alcohol, pero salió de dudas rápidamente, lo de su copa era té al limón, pero la de su suegro no estaba tan seguro. Pasaron los minutos en solitario esperando que Ainhoa los llamara para la cena. Durante aquellos minutos solo intercambiaron expresiones típicas sobre el tiempo, lo bien que olía lo que estaba guisando Ainhoa, hasta que su suegro le preguntó que como iba la búsqueda de trabajo y Juanjo se dejó llevar y le preguntó también por el trabajo.
-          Bueno –contestó- ahora un poco liado con un caso nuevo.
-          Ya me ha comentado algo Ainhoa. Algo de un vagabundo.
No tenía ni las más remota idea de porque estaba preguntándole por aquello, cuando era la primera premisa que se había marcado antes de acudir a la cena.
-          Si –respondió su suegro visiblemente contrariado- pero no hablemos de eso. Voy a ver como va la cena.
Se levantó dejándolo solo. Juanjo no podía sentirse más estúpido en aquel momento. Había roto la primera regla que se había puesto y ahora vete tu a saber por dónde irían los tiros. Pavarotti seguía resonando en su mente con fuerza. Oyó como su novia lo llamaba, la cena estaba servida.
También se lo había imaginado, que Ainhoa cocinaría su comida favorita. En el centro de la mesa había dos grandes fuentes. Una con el lomo al horno y la otra con las patatas también al horno como acompañantes. También había un plato de gambas cocidas, las preferidas de Juanjo y de su suegro.
-          Tiene una pinta estupenda – fue lo único que pudo decir Juanjo
-          Gracias – respondió Ainhoa complacida – Tenéis que coméroslo todo.
-          Claro hija – respondió el inspector- voy a ir llamando a la ambulancia para que me ingresen por indigestión.
El comentario provocó la sonrisa de Ainhoa y Juanjo no tuvo más remedio que acompañarla con una mueca que pasó por una sonrisa. Ciertamente todo estaba muy bueno. Ainhoa tenía buena mano para la cocina y muchas veces cocinaba para ellos dos, cosa que Juanjo agradecía, así podía abandonar su dieta que se componía principalmente de bocadillos y cocina precocinada. Durante la comida no hablaron demasiado y se centraron en devorar el festín. Cuando ya había terminado, Ainhoa se levantó y se dirigió a la cocina.
-          Estaba todo muy bueno – dijo al fin Juanjo.
-          Pues sí –confirmó el inspector- la verdad es que Ainhoa tiene buen toque para estas cosas.
Antes de que Juanjo pudiera decir algo, Ainhoa apareció con dos platos con porciones de tarta de whiskey, uno para Juanjo y otro para su padre y luego volvió con otro para ella. La tarta también estaba muy buena, aunque eso no era mérito de Ainhoa, estaba claro. Cuando se terminaron la tarta, llegó el aterrador momento para Juanjo,  la sobremesa. Conocía perfectamente a su novia y sabía que era aquel momento el más peligroso para que Ainhoa dijera cualquier cosa.
-          Bueno – empezó Ainhoa- la verdad es que hay un motivo por el que quería tener esta cena.
-          Pues tú dirás hija, somos todo oídos.
La verdad es que aquella frase había dejado desconcertado a Juanjo. ¿Qué quería decir su novia con aquello? Se esperaba cualquier cosa.
-          Pues bueno, como decirlo – empezó Ainhoa- pues llevo unos días que me siento mal. Así que he ido a la farmacia y me he comprado un test de embarazo porque tengo un retraso. Y me ha dado positivo. Vamos, que estoy embarazada.
Aquello era genial, pensó la mente sarcástica de Juanjo. El asesino iba a tener un hijo y su abuelo iba a llevar a su padre a la cárcel. Sin duda el típico marco de familia feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario