Estaba claro que no era el mejor día en la vida del
inspector Sánchez. La revelación de que su única hija estaba embarazada no había
sido ni mucho menos una noticia alentadora, más bien todo lo contrario. Por si
fuese poco, estaba el tema del dichoso video del asesino.
Tras la marcha de su hija y su yerno, el inspector
Sánchez se sirvió una nueva copa de whiskey con hielo, sin duda la necesitaba
para digerir todo lo que se había tragado aquel día. Se sentó en el sofá con la
única compañía de la soledad, fiel amiga que llevaba ya un tiempo con él. Allí,
solo y a oscuras, empezó a cavilar y a procesar lo que había en su mente.
Abuelo, así lo llamarían a partir de ahora. Era una
palabra que tenía guardada bajo llave en un sito muy profundo de su ser, pero
era cuestión de tiempo que saliese a la luz. Su hija era guapa, tenía novio
formal y aunque no estaba casada, cabía dentro de las posibilidades lo que
finalmente había ocurrido. Está de más decir que encajó la noticia con entereza
y realizó las típicas preguntas que se suelen hacer en esa situación. Cuando su
hija se marchó, tenía la sensación que estaba satisfecha con su reacción como
abuelo. Lo que no lo había dejado muy convencido fue la reacción de su yerno.
Su cara expresaba sorpresa, pero a la vez había una extraña sombra de alivio en
su rostro que desconcertó al inspector. Su olfato policial le decía que aquel
chico ocultaba algo y que la noticia sobre el embarazo de Ainhoa, aunque
sorprendente, era perfecta para que su preocupación pasara desapercibida.
Aparcando a un lado el tema sobre su futuro nieto (o
nieta, aunque prefería a un nieto, todo sea dicho) se acordó del dichoso video.
Giró la cabeza para divisar entre la penumbra la silueta de su abrigo colgado
en la percha junto a la puerta del pasillo. Bebió un largo trago de whiskey y
el brebaje recorrió su garganta dejándole un sensación de calor agradable. Se
levantó y a tientas se acercó hasta el abrigo para sacar del bolsillo derecho
del mismo un carcasa de DVD que contenía en su interior el video de la
discordia. Abrió la funda y saco el disco, incluso en la oscuridad podía
distinguir el brillo de su superficie. Se acercó hasta el televisor y lo
encendió. Justo debajo estaba el reproductor de DVD, lo encendió y metió el
disco en su interior. De vuelta al sofá se colocó en una posición que le
pareció cómoda y volvió a beber otro trago de fuego líquido antes de pulsar el
play. El inspector no era muy hábil en los temas electrónicos, pero Fer le
había dicho que lo único que tenía que hacer era meter el DVD y darle al play y
hasta ahí si llegaban sus conocimientos.
La televisión comenzó a mostrar los fotogramas al
instante. Ángel Sánchez los contemplaba con atención. Fer había recortado el
video y había dejado solamente las partes en las que aparecía el sospechoso. A
los pocos segundos apareció, exactamente igual a como lo había visto hacía unas
horas en el laboratorio. Se quedó mirando, esperando ver algo que no hubiese
visto antes, pero fue inútil. Aquel hombre (porque eso si que estaba claro, que
era un hombre) iba vestido con un impermeable de la cabeza a los pies y con
botas katiuskas. Además llevaba la capucha puesta, por lo que era imposible
distinguir algún rasgo de su cara, ni siquiera si llevaba algún bigote o barba.
Pocos minutos después de entrar en el parque, el asesino volvía a aparecer en
escena, esta vez iba corriendo y se le veía bastante nervioso, algo que venía a
confirmar la teoría del inspector de que el asesinato no había sido
premeditado, si no que se había producido en un arrebato involuntario por parte
del agresor. Volvió a verlo varias veces más, esperando encontrar algo que le
hiciera ver la luz. Apuró el último resto de whiskey que le quedaba y se
levantó para servirse otro. Esa era una de las ventajas de estar solo, nadie le
podía decir que dejara la botella quieta, podía beber hasta emborracharse.
Con su copa de nuevo llena y viendo que aún no tenía
mucho sueño pensó que lo mejor para distraerse era ver un poco la televisión,
aunque él era más de películas. Empezó a zapear esperando encontrar algo
potable, pero a aquellas horas era difícil. Finalmente y rendido, decidió poner
una película. Eligió “La Chaqueta Metálica” pues le gustaba meterse en la piel
del sargento de artillería Hartman y además Stanley Kubrick era uno de sus
directores favoritos. Poseía toda la colección del cineasta y de vez en cuando
organizaba maratones con su amigo Martín en las que veían todas sus películas.
Cuando conoció a Martín no era muy aficionado al cine, de hecho se podían contar
con los dedos de una mano las películas que había visto completas, pero Sánchez
se había encargado de adiestrarlo (que era la palabra que usaba Martín) en esa
materia y ahora era Martín el que se había vuelto un completo cinéfilo,
haciendo válida la expresión de que el alumno ha superado al maestro.
El sargento estaba insultando a sus reclutas, pero
el inspector empezaba a sentirse vencido por el sueño. No habría sabido decir
el momento exacto en el que abandonó el mundo real para adentrarse en el de los
sueños. La línea que divide ambos mundos es tan fina que a veces cuesta
diferenciarlos. Se vio a si mismo sosteniendo a un bebé recién nacido, acunándolo
con suavidad sobre su regazo. En aquel momento sentía felicidad y no quería
estar en ningún lugar del mundo que no fuera aquel. El pequeño estaba dormido o
al menos eso parecía, pues no se movía. Empezó a sentir que algo caliente le
goteaba por la mano y pensó que el bebé se le había orinado encima. Apartó la
mano con suavidad para limpiarse y lo que vio lo horrorizó, no era orina lo que
goteaba, era sangre. La ropa del bebé estaba empapada en sangre. Empezó a
desvestir al niño y vio que tenía una puñalada en el vientre por la que manaba
la sangre. Con el rostro desencajado alzó la mirada en busca de ayuda y vio a
su yerno que sostenía en la mano un puñal. Le sostuvo la mirada durante un
instante hasta que finalmente se dirigió a él
-
¿Por qué? – fue lo único que dijo
-
¿Y por qué no? –contestó su yerno-
¿Acaso hace falta un motivo?
-
Es tu hijo…
-
Era mi hijo.
La mirada de su yerno le recordaba a la de Jack
Nicholson en “El Resplandor” una mirada sin humanidad.
-
Lo siento abuelo – volvió a decir su
yerno – Acabaré también con tu dolor, como he acabado con el de tu hija.
El inspector miró a su derecha y vio a su única hija
tendida boca arriba sobre un charco de sangre y completamente degollada de
oreja a oreja. Ni se dio cuenta de que el acero penetraba en su garganta hasta
que sintió como la vida se le escurría cuello abajo. A pesar de que las fuerzas
lo abandonaban sostuvo al bebé entre sus brazos y no lo dejó caer. Su vida se
apagaba y levantó la vista antes de morir para ver la sonrisa de su yerno.
Volvió a mirar al bebé y vio que se movía que sus ojos se abrían y cerraban, tenía vida, aquella personita había
sobrevivido al monstruo de su padre, la vida se abría camino ante la locura de aquella ¿persona? No, no era una persona, era una bestia sin corazón ni sentimientos. La sonrisa apareció en su rostro justo
antes de apagarse.
El ruido de la guerra del Vietnam lo despertó de
golpe. Estaba sudando como un pollo y su ritmo cardíaco habría alarmado hasta
al más pintado de los cardiólogos. La cabeza le daba vueltas y la boca le sabía
a whiskey. Pensó por un momento en aquella horrible pesadilla antes de volver a
acurrucarse en el sofá.
-
Que asco de whiskey – se dijo a si mismo
mientras volvía a cerrar los ojos- tengo que comprar otro mejor, este me mata
las neuronas.
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