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viernes, 19 de julio de 2013

Capítulo 8



Estaba claro que no era el mejor día en la vida del inspector Sánchez. La revelación de que su única hija estaba embarazada no había sido ni mucho menos una noticia alentadora, más bien todo lo contrario. Por si fuese poco, estaba el tema del dichoso video del asesino.


Tras la marcha de su hija y su yerno, el inspector Sánchez se sirvió una nueva copa de whiskey con hielo, sin duda la necesitaba para digerir todo lo que se había tragado aquel día. Se sentó en el sofá con la única compañía de la soledad, fiel amiga que llevaba ya un tiempo con él. Allí, solo y a oscuras, empezó a cavilar y a procesar lo que había en su mente.
Abuelo, así lo llamarían a partir de ahora. Era una palabra que tenía guardada bajo llave en un sito muy profundo de su ser, pero era cuestión de tiempo que saliese a la luz. Su hija era guapa, tenía novio formal y aunque no estaba casada, cabía dentro de las posibilidades lo que finalmente había ocurrido. Está de más decir que encajó la noticia con entereza y realizó las típicas preguntas que se suelen hacer en esa situación. Cuando su hija se marchó, tenía la sensación que estaba satisfecha con su reacción como abuelo. Lo que no lo había dejado muy convencido fue la reacción de su yerno. Su cara expresaba sorpresa, pero a la vez había una extraña sombra de alivio en su rostro que desconcertó al inspector. Su olfato policial le decía que aquel chico ocultaba algo y que la noticia sobre el embarazo de Ainhoa, aunque sorprendente, era perfecta para que su preocupación pasara desapercibida.
Aparcando a un lado el tema sobre su futuro nieto (o nieta, aunque prefería a un nieto, todo sea dicho) se acordó del dichoso video. Giró la cabeza para divisar entre la penumbra la silueta de su abrigo colgado en la percha junto a la puerta del pasillo. Bebió un largo trago de whiskey y el brebaje recorrió su garganta dejándole un sensación de calor agradable. Se levantó y a tientas se acercó hasta el abrigo para sacar del bolsillo derecho del mismo un carcasa de DVD que contenía en su interior el video de la discordia. Abrió la funda y saco el disco, incluso en la oscuridad podía distinguir el brillo de su superficie. Se acercó hasta el televisor y lo encendió. Justo debajo estaba el reproductor de DVD, lo encendió y metió el disco en su interior. De vuelta al sofá se colocó en una posición que le pareció cómoda y volvió a beber otro trago de fuego líquido antes de pulsar el play. El inspector no era muy hábil en los temas electrónicos, pero Fer le había dicho que lo único que tenía que hacer era meter el DVD y darle al play y hasta ahí si llegaban sus conocimientos.
La televisión comenzó a mostrar los fotogramas al instante. Ángel Sánchez los contemplaba con atención. Fer había recortado el video y había dejado solamente las partes en las que aparecía el sospechoso. A los pocos segundos apareció, exactamente igual a como lo había visto hacía unas horas en el laboratorio. Se quedó mirando, esperando ver algo que no hubiese visto antes, pero fue inútil. Aquel hombre (porque eso si que estaba claro, que era un hombre) iba vestido con un impermeable de la cabeza a los pies y con botas katiuskas. Además llevaba la capucha puesta, por lo que era imposible distinguir algún rasgo de su cara, ni siquiera si llevaba algún bigote o barba. Pocos minutos después de entrar en el parque, el asesino volvía a aparecer en escena, esta vez iba corriendo y se le veía bastante nervioso, algo que venía a confirmar la teoría del inspector de que el asesinato no había sido premeditado, si no que se había producido en un arrebato involuntario por parte del agresor. Volvió a verlo varias veces más, esperando encontrar algo que le hiciera ver la luz. Apuró el último resto de whiskey que le quedaba y se levantó para servirse otro. Esa era una de las ventajas de estar solo, nadie le podía decir que dejara la botella quieta, podía beber hasta emborracharse.
Con su copa de nuevo llena y viendo que aún no tenía mucho sueño pensó que lo mejor para distraerse era ver un poco la televisión, aunque él era más de películas. Empezó a zapear esperando encontrar algo potable, pero a aquellas horas era difícil. Finalmente y rendido, decidió poner una película. Eligió “La Chaqueta Metálica” pues le gustaba meterse en la piel del sargento de artillería Hartman y además Stanley Kubrick era uno de sus directores favoritos. Poseía toda la colección del cineasta y de vez en cuando organizaba maratones con su amigo Martín en las que veían todas sus películas. Cuando conoció a Martín no era muy aficionado al cine, de hecho se podían contar con los dedos de una mano las películas que había visto completas, pero Sánchez se había encargado de adiestrarlo (que era la palabra que usaba Martín) en esa materia y ahora era Martín el que se había vuelto un completo cinéfilo, haciendo válida la expresión de que el alumno ha superado al maestro.
El sargento estaba insultando a sus reclutas, pero el inspector empezaba a sentirse vencido por el sueño. No habría sabido decir el momento exacto en el que abandonó el mundo real para adentrarse en el de los sueños. La línea que divide ambos mundos es tan fina que a veces cuesta diferenciarlos. Se vio a si mismo sosteniendo a un bebé recién nacido, acunándolo con suavidad sobre su regazo. En aquel momento sentía felicidad y no quería estar en ningún lugar del mundo que no fuera aquel. El pequeño estaba dormido o al menos eso parecía, pues no se movía. Empezó a sentir que algo caliente le goteaba por la mano y pensó que el bebé se le había orinado encima. Apartó la mano con suavidad para limpiarse y lo que vio lo horrorizó, no era orina lo que goteaba, era sangre. La ropa del bebé estaba empapada en sangre. Empezó a desvestir al niño y vio que tenía una puñalada en el vientre por la que manaba la sangre. Con el rostro desencajado alzó la mirada en busca de ayuda y vio a su yerno que sostenía en la mano un puñal. Le sostuvo la mirada durante un instante hasta que finalmente se dirigió a él
-          ¿Por qué? – fue lo único que dijo
-          ¿Y por qué no? –contestó su yerno- ¿Acaso hace falta un motivo?
-          Es tu hijo…
-          Era mi hijo.
La mirada de su yerno le recordaba a la de Jack Nicholson en “El Resplandor” una mirada sin humanidad.
-          Lo siento abuelo – volvió a decir su yerno – Acabaré también con tu dolor, como he acabado con el de tu hija.
El inspector miró a su derecha y vio a su única hija tendida boca arriba sobre un charco de sangre y completamente degollada de oreja a oreja. Ni se dio cuenta de que el acero penetraba en su garganta hasta que sintió como la vida se le escurría cuello abajo. A pesar de que las fuerzas lo abandonaban sostuvo al bebé entre sus brazos y no lo dejó caer. Su vida se apagaba y levantó la vista antes de morir para ver la sonrisa de su yerno. Volvió a mirar al bebé y vio que se movía que sus ojos se abrían y cerraban, tenía vida, aquella personita había sobrevivido al monstruo de su padre, la vida se abría camino ante la locura de aquella ¿persona? No, no era una persona, era una bestia sin corazón ni sentimientos. La sonrisa apareció en su rostro justo antes de apagarse.
El ruido de la guerra del Vietnam lo despertó de golpe. Estaba sudando como un pollo y su ritmo cardíaco habría alarmado hasta al más pintado de los cardiólogos. La cabeza le daba vueltas y la boca le sabía a whiskey. Pensó por un momento en aquella horrible pesadilla antes de volver a acurrucarse en el sofá.
-          Que asco de whiskey – se dijo a si mismo mientras volvía a cerrar los ojos- tengo que comprar otro mejor, este me mata las neuronas.

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