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viernes, 21 de junio de 2013

Capítulo 5



La visita de Ainhoa había dejado a Juanjo totalmente desconcertado. Cuando Juanjo vio por la televisión la noticia sobre el asesinato de aquel vagabundo, la imagen de la sangre y la sensación de frenesí que sintió inundaron por completo su mente. Pero a los pocos segundos lo que sentía era asco y el estómago era un fiel reflejo de ello. A duras penas consiguió aguantar el vómito antes de llegar al cuarto de baño.


Mientras que su miedo se perdía por la taza del retrete, Ainhoa, en cuclillas a su lado, le daba golpecitos en la espalda. Juanjo habría querido decirle que se largara de allí, pero no podía articular palabra alguna y lo único que salía de su boca era una pasta color marrón. Cuando vació su estómago por completo, se levantó con la ayuda de su novia y se tumbó en la cama. Ella encendió el ventilador del techo para que le diera el aire y se le pasara el mareo. El fino viento que desprendía el aparato creaba una sensación reconfortante en la sudorosa piel de Juanjo.
Cuando ya se sintió mejor, Ainhoa se marchó con la excusa de que tenía que ir con su madre a comprar vete tú a saber qué, aunque le prometió llamarlo cuando llegara a su casa. Ya solo, Juanjo no dejaba de darle vueltas a la situación. El asesinato de aquel desgraciado le había provocado sensaciones muy extrañas. Por un lado se sintió muy bien, incluso pudo dormir, pero por otro se sentía como una vulgar rata. La situación no mejoró cuando Ainhoa le dijo que su padre era el encargado de la investigación. ¿Acaso podía ir algo peor?
Su suegro, el inspector Ángel Sánchez, no era precisamente santo de su devoción. Desde que empezó su relación con Ainhoa, el siempre se había mostrado reservado con él. Con los años la relación había ido mejorando, pero no era para tirar cohetes precisamente. Y claro está, enterarse de que tu yerno es un asesino no es precisamente una alegría, o tal vez si, pues eso le daría a su suegro una razón para meterlo en la cárcel y alejarlo así de su hija. La verdad es que la situación era francamente mala para Juanjo.
Tras un rato pensando en varias resoluciones, cada cual más disparatada que la anterior, para el problema que se le venía encima, decidió terminar de borrar cualquier indicio incriminatorio contra su persona. Así que terminó de limpiar la ropa que llevaba por la noche y el cuarto de baño, en el que aún había algún resto de barro, del que Ainhoa no se había ni dado cuenta. Hecho esto, decidió recabar información sobre el crimen.
El ordenador de Juanjo no era precisamente de última generación, pero todavía le servía para sus fines, navegar por Internet y ver alguna que otra película o serie. Al encender la torre, el ruido del ventilador (al que Juanjo comparaba con el de una fábrica de aires acondicionados) comenzó a martillear el tímpano de Juanjo. A los pocos minutos ya estaba operativo. El parpadeo de la luz del router era sinónimo de que la conexión estaba lista. Comenzó entrando en diversas páginas de periódicos. Todos comentaban la noticia, aunque los datos eran muy poco relevantes. En ninguna mencionaba nada sobre el sospechoso de la muerte. Alguno se atrevía a aventurar que se trataba de una pelea entre sin techo que había acabado mal. Tampoco había información sobre la víctima, solo vagas descripciones que no conducían a nada. Harto de mirar en la red, decidió probar fortuna con la televisión.
Primero se aventuró con el teletexto de las principales cadenas. Las noticias eran calcos de las que ya había visto en el ordenador. Decidió probar fortuna zapeando un poco, pero no hubo suerte. La programación de la tarde no daba mucha información, a no ser que te interesen los cotilleos de los famosos de turno. Comprobar que en ningún medio se mencionaba nada sobre su persona le provocó una sensación de alivio como nunca recordaba haber sentido antes.
Mucho más tranquilo, pensó que lo mejor era ver alguna comedia que lo relajara por completo. Entre la amplía filmoteca de la que disponía, se decidió finalmente por “Scary Movie” La idea de un asesino torpe le llamó poderosamente la atención en aquel momento. Aquella película siempre le había producido risas, pero aquella vez fue algo inusual. Las carcajadas eran tremendas, casi histéricas y con cada escena lo único que hacían era empeorar. Al terminar la película se encontraba muy relajado y con los ojos enrojecidos de frotarse las lágrimas producidas por la risas con el dorso de la mano.
Aún resonaba el eco de las risas de Juanjo cuando el móvil comenzó a vibrar sobre la mesita de noche. Ainhoa había llegado a casa. Pulsó la tecla de responder y puso el manos libres.
-          ¿Ya has llegado? – preguntó.
-          Sí – respondió Ainhoa al otro lado de la línea telefónica- hace un cuarto de hora o por ahí. ¿Cómo estás?
-          Ya estoy mejor.
-          ¿No te has vuelto a marear más? – preguntó con tono preocupado.
-          Que va.
-          A lo mejor es un efecto secundario de las pastillas – inquirió Ainhoa.
-          Puede ser.
-          ¿Te has tomado ya la de hoy?
-          No – respondió Juanjo apesadumbrado.
-          Pues tómatela – ordenó Ainhoa- que hace efecto, esta noche has dormido.
-          Ya – respondió Juanjo pensando en el cuello ensangrentado del vagabundo.
-          Claro hombre. He llamado a mi padre.
La frase dejó paralizado a Juanjo durante lo que parecieron minutos. Pensar en su suegro lo volvía a poner nervioso y volvieron a su mente los disparatados sucesos que había pensado hacía un par de horas.
-          Nene, nene – llamaba Ainhoa- ¡Juanjo!
-          Dime – respondió Juanjo con pausa.
-          ¿Por qué te quedas callado?
-          No sé.
-          Te he dicho que he llamado a mi padre.
-          Ya, ¿y qué pasa?
-          Nada, que le he dicho que vamos a ir a cenar a su casa esta noche.
La situación empeoraba por momentos, si había algo que Juanjo no quería en aquel momento era ver a su suegro.
-          ¿No te apetece? – pregunto Ainhoa con un tono lastimero.
-          Bueno, no mucho, todavía no estoy muy allá…
-          Pero si has dicho que estabas bien – le interrumpió Ainhoa- y ya le he dicho que íbamos a ir.
-          Bueno – respondió Juanjo rendido- ¿a qué hora le has dicho?
-          Me ha dicho que para las 9 o así estará en casa. Vete para allá a las 9 y media o así, que yo me voy antes para ir preparando la comida.
-          Vale, allí nos vemos.
-          Vale Nene, te quiero.
-          Yo también.
-          Adiós – se despidió Ainhoa.
-          Adiós.
El final de la conversación dejó sumido a Juanjo en una profunda reflexión. No hacía ni 24 horas que había matado a un hombre y aquella misma noche iba a cenar con el principal encargado de la investigación. Aquello parecía una broma de mal gusto o el guión de una película policiaca de Hollywood. En cualquier caso Juanjo tenía la sensación de que cuando llegara a la casa de su suegro y tocara al timbre, este le abriría la puerta y le colocaría las esposas en las muñecas como gesto de bienvenida. Era una idea descabellada, pero en las últimas 24 horas la vida de Juanjo se estaba volviendo verdaderamente un poco descabellada.

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