La visita de Ainhoa había dejado a Juanjo totalmente
desconcertado. Cuando Juanjo vio por la televisión la noticia sobre el
asesinato de aquel vagabundo, la imagen de la sangre y la sensación de frenesí
que sintió inundaron por completo su mente. Pero a los pocos segundos lo que
sentía era asco y el estómago era un fiel reflejo de ello. A duras penas
consiguió aguantar el vómito antes de llegar al cuarto de baño.
Mientras que su miedo se perdía por la taza del
retrete, Ainhoa, en cuclillas a su lado, le daba golpecitos en la espalda.
Juanjo habría querido decirle que se largara de allí, pero no podía articular
palabra alguna y lo único que salía de su boca era una pasta color marrón. Cuando
vació su estómago por completo, se levantó con la ayuda de su novia y se tumbó
en la cama. Ella encendió el ventilador del techo para que le diera el aire y
se le pasara el mareo. El fino viento que desprendía el aparato creaba una
sensación reconfortante en la sudorosa piel de Juanjo.
Cuando ya se sintió mejor, Ainhoa se marchó con la
excusa de que tenía que ir con su madre a comprar vete tú a saber qué, aunque
le prometió llamarlo cuando llegara a su casa. Ya solo, Juanjo no dejaba de
darle vueltas a la situación. El asesinato de aquel desgraciado le había
provocado sensaciones muy extrañas. Por un lado se sintió muy bien, incluso
pudo dormir, pero por otro se sentía como una vulgar rata. La situación no
mejoró cuando Ainhoa le dijo que su padre era el encargado de la investigación.
¿Acaso podía ir algo peor?
Su suegro, el inspector Ángel Sánchez, no era
precisamente santo de su devoción. Desde que empezó su relación con Ainhoa, el
siempre se había mostrado reservado con él. Con los años la relación había ido
mejorando, pero no era para tirar cohetes precisamente. Y claro está, enterarse
de que tu yerno es un asesino no es precisamente una alegría, o tal vez si,
pues eso le daría a su suegro una razón para meterlo en la cárcel y alejarlo
así de su hija. La verdad es que la situación era francamente mala para Juanjo.
Tras un rato pensando en varias resoluciones, cada
cual más disparatada que la anterior, para el problema que se le venía encima,
decidió terminar de borrar cualquier indicio incriminatorio contra su persona.
Así que terminó de limpiar la ropa que llevaba por la noche y el cuarto de
baño, en el que aún había algún resto de barro, del que Ainhoa no se había ni
dado cuenta. Hecho esto, decidió recabar información sobre el crimen.
El ordenador de Juanjo no era precisamente de última
generación, pero todavía le servía para sus fines, navegar por Internet y ver
alguna que otra película o serie. Al encender la torre, el ruido del ventilador
(al que Juanjo comparaba con el de una fábrica de aires acondicionados) comenzó
a martillear el tímpano de Juanjo. A los pocos minutos ya estaba operativo. El
parpadeo de la luz del router era sinónimo de que la conexión estaba lista.
Comenzó entrando en diversas páginas de periódicos. Todos comentaban la
noticia, aunque los datos eran muy poco relevantes. En ninguna mencionaba nada
sobre el sospechoso de la muerte. Alguno se atrevía a aventurar que se trataba
de una pelea entre sin techo que había acabado mal. Tampoco había información
sobre la víctima, solo vagas descripciones que no conducían a nada. Harto de
mirar en la red, decidió probar fortuna con la televisión.
Primero se aventuró con el teletexto de las
principales cadenas. Las noticias eran calcos de las que ya había visto en el
ordenador. Decidió probar fortuna zapeando un poco, pero no hubo suerte. La
programación de la tarde no daba mucha información, a no ser que te interesen
los cotilleos de los famosos de turno. Comprobar que en ningún medio se
mencionaba nada sobre su persona le provocó una sensación de alivio como nunca
recordaba haber sentido antes.
Mucho más tranquilo, pensó que lo mejor era ver
alguna comedia que lo relajara por completo. Entre la amplía filmoteca de la
que disponía, se decidió finalmente por “Scary Movie” La idea de un asesino
torpe le llamó poderosamente la atención en aquel momento. Aquella película
siempre le había producido risas, pero aquella vez fue algo inusual. Las
carcajadas eran tremendas, casi histéricas y con cada escena lo único que
hacían era empeorar. Al terminar la película se encontraba muy relajado y con
los ojos enrojecidos de frotarse las lágrimas producidas por la risas con el
dorso de la mano.
Aún resonaba el eco de las risas de Juanjo cuando el
móvil comenzó a vibrar sobre la mesita de noche. Ainhoa había llegado a casa.
Pulsó la tecla de responder y puso el manos libres.
-
¿Ya has llegado? – preguntó.
-
Sí – respondió Ainhoa al otro lado de la
línea telefónica- hace un cuarto de hora o por ahí. ¿Cómo estás?
-
Ya estoy mejor.
-
¿No te has vuelto a marear más? –
preguntó con tono preocupado.
-
Que va.
-
A lo mejor es un efecto secundario de
las pastillas – inquirió Ainhoa.
-
Puede ser.
-
¿Te has tomado ya la de hoy?
-
No – respondió Juanjo apesadumbrado.
-
Pues tómatela – ordenó Ainhoa- que hace
efecto, esta noche has dormido.
-
Ya – respondió Juanjo pensando en el
cuello ensangrentado del vagabundo.
-
Claro hombre. He llamado a mi padre.
La frase dejó paralizado a Juanjo durante lo que
parecieron minutos. Pensar en su suegro lo volvía a poner nervioso y volvieron
a su mente los disparatados sucesos que había pensado hacía un par de horas.
-
Nene, nene – llamaba Ainhoa- ¡Juanjo!
-
Dime – respondió Juanjo con pausa.
-
¿Por qué te quedas callado?
-
No sé.
-
Te he dicho que he llamado a mi padre.
-
Ya, ¿y qué pasa?
-
Nada, que le he dicho que vamos a ir a
cenar a su casa esta noche.
La situación empeoraba por momentos, si había algo
que Juanjo no quería en aquel momento era ver a su suegro.
-
¿No te apetece? – pregunto Ainhoa con un
tono lastimero.
-
Bueno, no mucho, todavía no estoy muy allá…
-
Pero si has dicho que estabas bien – le interrumpió
Ainhoa- y ya le he dicho que íbamos a ir.
-
Bueno – respondió Juanjo rendido- ¿a qué
hora le has dicho?
-
Me ha dicho que para las 9 o así estará
en casa. Vete para allá a las 9 y media o así, que yo me voy antes para ir
preparando la comida.
-
Vale, allí nos vemos.
-
Vale Nene, te quiero.
-
Yo también.
-
Adiós – se despidió Ainhoa.
-
Adiós.
El final de la conversación dejó sumido a Juanjo en
una profunda reflexión. No hacía ni 24 horas que había matado a un hombre y
aquella misma noche iba a cenar con el principal encargado de la investigación.
Aquello parecía una broma de mal gusto o el guión de una película policiaca de
Hollywood. En cualquier caso Juanjo tenía la sensación de que cuando llegara a
la casa de su suegro y tocara al timbre, este le abriría la puerta y le
colocaría las esposas en las muñecas como gesto de bienvenida. Era una idea
descabellada, pero en las últimas 24 horas la vida de Juanjo se estaba
volviendo verdaderamente un poco descabellada.
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