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viernes, 14 de junio de 2013

Capítulo 4



Las visitas al forense no eran precisamente uno de los hobbies del inspector Sánchez. Hacía más de 2 años que no tenía que visitar aquel lugar con aspecto de hospital. El hedor a formol y otras sustancias se impregnaba a la ropa y no había manera de quitarlo. Sin embargo era su trabajo y no tenía más remedio que aceptarlo, aunque fuera con resignación.


Ya eran más de las 1 de la tarde y el informe sobre el vagabundo muerto en el parque todavía no estaba terminado. Sánchez no tuvo suerte y el comisario le asignó el caso. El resto de inspectores estaban ocupados con otros casos y creyó que la muerte de un vagabundo no era nada especial. Pero un muerto siempre era un muerto y los informes sobre muertos necesitaban los datos de la autopsia y los forenses eran bastante peculiares. Recordaba perfectamente las visitas al forense y como aquellos tipos con batas blancas y mascarillas lo miraban de forma extraña. Sánchez tenía la sensación de que aquellos carniceros querían abrirlo en canal para estudiar sus órganos internos.
El informe estaba ya casi completo. Martín y el habían estado añadiendo todos los datos sobre el crimen. El muerto resultó ser un ex presidiario con antecedentes por robo con intimidación y que llevaba en la calle 2 meses tras cumplir una condena de 2 años. No se habían encontrado testigos y las únicas huellas dactilares presentes en el arma homicida eran de la propia víctima. De modo que el informe forense era lo único que podía arrojar algo de luz al caso. Al llegar al edificio del forense, Martín enseñó su placa a una mujer gorda vestida de los pies a la cabeza de blanco. La mujer murmuró algo que Sánchez no escuchó y se marchó. A los pocos minutos un forense alto, de amplias entradas, delgado y con la famosa bata blanca estaba ante ellos.
-          ¿Son los policías? – preguntó.
-          Si – respondió Sánchez- Soy el inspector Sánchez y este es el subinspector Martín. Venimos por el tema del vagabundo que han traído esta mañana.
-          Perfecto. Acompañadme.
Siguieron al forense por un largo pasillo con puertas dobles metálicas a ambos lados. Sánchez miró por una de las pequeñas ventanas que había en las puertas y pudo ver a uno de los carniceros inclinado sobre un pobre diablo que había muerto hace poco. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener una arcada. Finalmente el forense se detuvo ante una de las puertas de su izquierda.
-          Es aquí – dijo- Entren, por favor.
Obedecieron. La sala era amplia. El color blanco predominaba en toda la estancia. En la parte del fondo había una gran mesa metálica llena de frascos. Justo en el centro había una especie de cama metálica. Sobre ella había algo, pero estaba cubierto por una sábana. El forense quitó la sábana y dejo al descubierto el cadáver. Su aspecto había mejorado todo lo posible. Lo habían lavado y limpiado la sangre y el barro. Le echó un vistazo antes de empezar a hablar.
-          Y bien, doctor, ¿qué tenemos?
-          Tras estudiar el cuerpo – dijo el forense- he llegado a la conclusión de que la causa de la muerte ha sido el desangramiento, producido por sección a la altura del cuello de la arteria carótida común izquierda.
Vio como Martín sacaba el informe de la carpeta y empezaba a apuntar lo que decía.
-          ¿Producida por arma blanca?
-          Sin duda. La herida muestra la anchura de una navaja corriente. Además hay múltiples heridas, un total de 17.
-          ¿Hora de la muerte?
-          Alrededor de las 04:30 de la madrugada, con un margen de error de pocos minutos.
-          ¿Ha encontrado algo más, piel bajo las uñas, ADN que no sea de la victima?
-          No – dijo con tono rotundo- Lo único es que la víctima tiene un hematoma en la espalda, lo que indica que sufrió una fuerte caída antes de que su agresor lo matara. Nada más.
-          Gracias doctor – dijo Sánchez echando un último vistazo al muerto – Nos vamos, Martín.
Volvieron a salir al pasillo de las puertas y lo cruzaron hasta llegar a la recepción, dónde la gorda les echó una mirada extraña al pasar.
-          Parece que le has gustado a esa chavala, jefe – dijo Martín con tono burlón.
-          Que va. Es a ti a quien miraba.
Los dos se echaron a reír mientras llegaban al coche. La siguiente parada era el despacho del juez García.
Por el camino, Martín empezó a hablarle de la película “La Gran Evasión” que había visto la noche pasada. Siempre buscaba tiempo para hablar de cine y eso a Sánchez le agradaba la mayoría de las veces.
-          Que sí jefe – decía- es la mejor película de fugas que hay.
-          Que va – rebatió Sánchez – A mí me gusta más “Fuga de Alcatraz”
-          Bueno, Clint Eastwood es mucho Clint.
-          Claro, ya sabes lo que dice “es una hijoputada”
-          Jajajaja – la risa de Martín era confortable para Sánchez- como este caso. Es una hijoputada.
Las risas de ambos fueron interrumpidas por el móvil de Sánchez. Se echó la mano al bolsillo y el identificador de llamadas decía que era su hija Ainhoa.
-          ¿No iras a contestar? – dijo Martín- ¿o quieres que te multe?
-          No me toques los cojones Martín – dijo llevándose el móvil a la oreja- Dime, Ainhoa. ¿Esta noche? La verdad es que tengo la cabeza liada con todo el tema del muerto este y tal. ¿Qué? Bueno venga, venid esta noche, pero yo no pienso cocinar, vete tú antes para la casa y haces lo que quieras de comer. No se hija, digo yo que para las 9 o así estaré en casa. Venga, adiós.
-          ¿Qué pasa, jefe? – preguntó Martín.
-          Nada, mi hija que viene a cenar esta noche con su novio.
-          Cena familiar, ¿eh? – de nuevo el tono burlón de Martín-  No vaya a contar nada del caso, que es confidencial.
-          Eres más tonto que Adam Sandler en “El aguador”
-          Puta maquina – dijo Martín entre carcajadas.
La verdad es que lo que menos le apetecía era cenar con su hija y su novio. La relación con su hija no era la misma tras el divorcio. Su hija se había ido a vivir con su madre y le daba la razón en los motivos por los que lo había abandonado, pero intentó de todas formas que no se divorciaran, pero fue inútil. Tras aquello, veía a su hija todas las semanas, aunque no con regularidad. Había veces que ella iba a casa hasta 4 o 5 veces a la semana y otras que solo iba 1 vez. Su novio era un buen chaval. Al principio no se fiaba mucho de él, pero con el tiempo se fue ganando su confianza y estaba claro que era un chico noble, de buenos sentimientos e intenciones. Pensándolo más fríamente, quizá aquella visita de su hija y su yerno fuese buena, eso lo haría desconectar por unas horas del caso del vagabundo muerto. La compañía sería un bálsamo para su nublada mente, pero el inspector Sánchez tenía la sensación de que aquel caso le iba a traer más de un quebradero de cabeza.

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